Los colores
La más común de las tipificaciones de las etapas en la Obra se clasifica en función de los colores que la materia prima va adoptando a lo largo del proceso: Obra al negro, Obra al blanco, y Obra al rojo a las que seguirá la aparición del oro.
El calor obrando sobre la humedad produce primeramente la negrura, después la blancura, de esta blancura surge el color citrino y de éste el rojo.
La Obra al negro, que empieza con la calcinación y la putrefacción, se corresponde con la muerte iniciática de los procesos tradicionales.
Los diversos sistemas de operaciones pueden resumirse en la célebre formula, “Solve et coagula”, disuelve e integra, que se aplica tanto a la materia física sobre la que se actúa como al propio artista.
Dentro de la Obra hay tres piedras, tres trabajos o tres grados de perfección:
“El primer trabajo; “nigredo” u Obra al negro, termina cuando el sujeto está completamente purificado.
El segundo trabajo o grado de perfección, “albedo” u Obra al blanco, se alcanza cuando dicho sujeto se ha cocido, digerido y fijado, convirtiéndose en azufre incombustible.
La tercera piedra, “rubedo” u Obra al rojo, aparece cuando el sujeto ha fermentado, se ha multiplicado y ha alcanzado la Perfección Final, siendo una tintura fija y permanente: La Piedra filosofal”. Los distintos colores: negro, blanco, amarillo y rojo; son los colores propios de la Gran Obra.
“Viniendo del fuego vuestro Rey con su Mujer, guárdate de quemarlos con un fuego demasiado fuerte: Cuécelos pues suavemente a fin de que se vuelvan primeramente Negros, después Blancos, luego Citrinos y Rojos, finalmente Veneno Tingente.”
El mercurio tiene que ir cambiando de color, según el avance de los trabajos alquímicos. Como el perro del Doctor Fausto que alternaba el color de su pelaje al ser acariciado; cambió de negro al blanco, después al amarillo y por último al rojo.
El adepto que está trabajando, después de un tiempo de continuada labor en el laboratorio alquímico, inicia un cambio de tinturas en el que la semilla que empieza a germinar. Esa semilla, que por tanto tiempo ha estado preservada en los órganos creadores, esperando a que fuera el momento preciso de florecer.
Los alquimistas, que trabajaron arduamente con su athanor, coinciden en que el primer color es siempre el negro. Ya que es la llave y el comienzo de la Obra, origen de los demás colores. Nicolás Flamel nos lo hace saber de éste modo: “Pues nuestra piedra negra cubierta de andrajos, está cubierta por tantas impurezas que es en extremo difícil desembarazarla de ellas por completo.
Por ello importa someterla a muchas lixiviaciones a fin de limpiarla poco a poco de sus impurezas y de las escorias heterogéneas y tenaces que lo envuelven, y de verla tomar a cada una de esas operaciones, más esplendor, limpieza y brillo”. El negro es la llave que nos permite vislumbrar la ruta, esperanzados, pues podemos iniciar la putrefacción de la semilla. Lo que el artista adquiere en primer lugar es “el perro negro y rabioso” del que hablan los textos, así como el “cuervo” o primer testimonio del Magisterio. El mercurio filosófico reduce los viles metales al negro, signo de su mortificación...
En los antiguos tiempos el perro fue siempre consagrado al Dios Mercurio... Resulta patente el alto honor que, los viejos hierofantes del antiguo Egipto concedían al perro... El austero guardián del templo de Esculapio, en la Roma augusta de los césares, era siempre un perro. También, según la versión del Cosmopolita, nombra al “pez sin huesos” llamado Rémora que, nada en nuestro mar filosófico y es signo de esperanza, como émulo al negro.
Nicolás Flamel, distingue en nuestras aguas a los cuatro así: “El Negro como el carbón; el Blanco como la flor de Lis; el Amarillo parecido al color de las patas del esmerejón y el Rojo parecido al color del rubí”. Y añade este insigne alquimista:
“Quien no ve esa negrura al principio de sus operaciones, durante los días de la piedra, aunque vea otro color, falta por completo al Magisterio, y no puede perfeccionar ese caos. Pues no trabaja bien, al no descomponer”. De manera que, el primer estado es el estado oculto que, en virtud de la obra y de la gracia de Dios, puede pasar al segundo, manifestado. Así, la primera materia coincide ocasionalmente con el concepto del estado inicial del proceso, es decir, con el nigredo (el ennegrecimiento). Trátese pues, de la tierra negra, en la cual se siembra el oro o el lapis, como grano de trigo.
“Es la tierra negra, mágicamente fecunda, que Adán llevó consigo del Paraíso, denominada también Antimón y caracterizada como negra, más negra que lo negro, nos asegura a su vez M. Majer. Paracelso afirma lo siguiente: “El negro es la raíz y el origen de los otros colores. Trabajad con esta tintura en una retorta y verás salir de ella su negrura”. Trevisano añade: El magisterio tiene los ojos negros. Huginus: En el negro es donde se perciben todos los colores. Y Samael Aun Weor conceptúa:
“Cuando uno comienza a desintegrar los elementos inhumanos que se han posesionado del cuerpo astral, ellos toman un color negro”. Tal color negro es el fundamento, el basamento, de toda transmutación, por eso se dice que hay que blanquear el cuervo. “Quema tus libros y blanquea el latón”. Esto significa que después de haber desintegrado la materia putrefacta de los elementos inhumanos, el cuerpo astral tiene ya un color blanco.
Un poema de Verus Hermes de 1620 dice así: Un débil feto, un provecto anciano con el sobrenombre de dragón Por eso se me ha encerrado Para que nazca como rey La espada ardiente me atormenta con saña La muerte me carcome la carne y el hueso Mi alma, mi espíritu escapa de mí. Mal oliente veneno negro, un espanto horroroso Soy como un cuervo negro Así es el provecho de toda la maldad Yacía yo en el polvo en el fondo del valle Oh, que del tres resulte un número Oh alma! ¡Oh espíritu!, no me abandones A fin de que vuelva a ver la luz del día Y que de mí salga el héroe de la paz Que quisiera ver todo el mundo.
La muerte de la semilla, es la que da el color negro. Según Fray Marco Antonio Crasselame, toda simiente es inútil si permanece entera, si no se pudre y se ennegrece, pues la corrupción precede siempre de la generación. Parece extraño que queriendo llegar a la Luz, tengamos que partir en busca de la mayor oscuridad, pues la purificación se obtiene partiendo de nuestro estado más sucio. Entendamos por oscuridad, así como suciedad, el estado psicológico en que vive la humanidad actual, es decir:
Una inconsciencia colectiva, que nos sujeta y somete a conductas morales, que nada tiene que ver con la Ética Superior. Solo los hombres que han sabido vencerse a sí mismos comprenden y aceptan como fórmula de vida esa Ética. Misma que les permite saber y discernir qué tanto de malo hay en lo aparentemente bueno, y que tanto de bueno hay en lo aparentemente malo. Por lo que se convierten en seres totalmente distintos al común de las gentes, aunque físicamente no haya diferencias.
La Luz sale de las tinieblas y en donde hay Luz, no hay oscuridad. Si hemos entendido que estamos viviendo en oscuridad por la ignorancia sobre los misterios que guarda la naturaleza, no nos será difícil de comprender, que nuestra ignorancia es el motivo, por lo que todo se nos oculta. El color negro tradicionalmente se asocia con lo tenebroso, con lo maligno, y no falta a la verdad quien así piense, pero es claro que nuestra voluntad, debe ponerse a merced de lo tenebroso para actuar de ese modo pues nada es mecánico y siempre disfrutaremos de libertad.
En las tinieblas es donde se manifiestan las fuerzas más perversas, induciendo a quien se predisponga con su propia identificación, con esa parte de nuestra naturaleza inferior (infra consciente), hacia el abismo. Pero es necesario que no confundamos el color negro, como medio o hábitat de esas fuerzas perversas, con el color de la putrefacción de la semilla o “la súper oscuridad de los sabios” que indican que “Si no hay muerte, no hay nacimiento” San Pedro, C. I, V. 23 dice del hombre perfecto:
“Puesto que habéis renacido no de semilla corruptible, sino incorruptible por la palabra de Dios vivo, la cual permanece por toda la eternidad”. Los escritores bíblicos narran (recordemos que es una narración codificada) como Noé dio libertad desde su arca (alusión al arcano alquímico) en primer lugar a un cuervo, en donde debemos ver la representación del primer color, el negro.
El cuervo es sinónimo de muerte y negrura. Pero una muerte no física, por el cese de nuestras funciones vitales, sino como símbolo de esperanza, para el renacimiento de una vida distinta, en armonía con otra naturaleza superior. Que, aunque sea semejante a la naturaleza exterior, nada tiene que ver con ella, pues en ésta, pueden y deben brotar ciertos principios vitales o poderes del alma, que por mucho tiempo estuvieron sin manifestarse.
El C. III de San Juan en los V. del 3 al 21 nos habla muy claramente de la necesidad de nacer de nuevo, es decir, de crear los cuerpos existenciales del Ser. Ello, viene a conocerse como nacimiento segundo. Mas solo será posible este nacimiento si nos convertimos en hacedores de la palabra de Dios y dejamos la actitud pasiva de “oidores” que, mirándose impasibles en el espejo, se van. ¿De qué otra manera podríamos interpretar éstas palabras? “El que no naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es, y lo que es nacido del Espíritu, Espíritu es.” Incluso éstas otras palabras del Salvador “Os es necesario nacer otra vez.”
Por último, con el fin de hacer más énfasis en ésta enseñanza, repetimos las palabras de Jesús a Nicodemus: “Lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos”. El niño recién nacido pasó nueve meses en la mayor de las oscuridades, es decir, antes de sentir y ver la luz. Estuvo en el interior de la naturaleza materna, pero no como castigo a una falta, sino como lugar idóneo para la gestación.
Pasado el tiempo de formación, dejó el vientre materno para ir a desenvolverse, por sus propios medios bajo la luz del sol. Luz que a todos nos ilumina sin distinción de credos, colores o razas. De la misma manera que el recién nacido, los trabajadores del fuego y del agua tendremos que someternos a los trabajos en la novena esfera durante un tiempo. Para después, sentir el calor del nuevo Sol en el nuevo nacimiento, que es el nacimiento segundo, del cual hablara San Juan.
Por lo tanto, el paso de la oscuridad a la Luz no se da de manera inmediata, sino como consecuencia de una gestación. El Príncipe Khalid Ibn Jazid, a finales del siglo VII escribió lo siguiente: “Las tres palabras en las cuales está oculta toda la ciencia, han de entregarse a los píos, esto es, a los pobres, desde el primero al último hombre. Las tres palabras son; “Durante tres meses el agua conserva el feto en el seno materno, durante tres meses lo calienta el aire y durante ese mismo tiempo, lo custodia al fuego.
Y estas palabras (prosigue Kalid) y esta doctrina y la oscura meta son tan manifiestas que uno ve la verdad.” Estos tres meses no biológicos son la cristalización de las tres fuerzas primarias. Todos partimos desde un mismo punto, que es la oscuridad y la ignorancia del Ser. Así que dependerá de nuestros valores positivos para que podamos proseguir por la senda iniciática cristalizándolo. La mayor fortuna o infortuna, dependerá de cómo y que hayamos sembrado...
Si se nos preguntara por el trabajo en sí, que tan difícil es... Tendríamos que responder que, si lo hacemos difícil, es difícil..., pero si lo hacemos fácil, es fácil... Se requiere de auto-observación. Nos puede parecer muy negro o muy difícil, simplemente por nuestra propia identificación con lo negro y con lo difícil. Tantos mensajes de amor, que nos han entregado los alquimistas, adeptos, y todos los que se propusieron Re-ligarse a su Dios interior para que, en su confianza, no veamos sus palabras con recelo o con rechazo. ¿Sería posible que un mismo árbol, diera dos frutos totalmente distintos? Por lo que nos advierten los evangelios:
¡Es imposible servir a dos amos a la vez! El proceso de nuestras aguas mercuriales, su coloración, se dará en la medida en que estemos completamente definidos y podamos ser útiles a la Divinidad. Solo sí Ella, podrá operar en nuestro interior en el proceso del nacimiento segundo y creación de los cuerpos existenciales del Ser.
Si el cielo se digna bendecir tu labor, y, según la palabra del adepto, obtendrás primero la rama de olivo, símbolo de paz y unión de los elementos, y, luego, la blanca paloma que te la haya traído. Sólo entonces podrás estar seguro de poseer aquella luz admirable, don del Espíritu Santo que Jesús envió el quincuagésimo día sobre sus apóstoles bienamados. Tal es la consagración material del bautismo iniciático y de la revelación divina. Y cuando Jesús salía del agua, nos dice San Marcos, C. I, V. 10; Juan vio de pronto entreabrirse los cielos y descender el Espíritu Santo sobre él en forma de blanca paloma.
El color blanco o la túnica de lino blanco, corresponde solamente a quien creó los cuerpos o, dicho de otra manera, quien llegó al nacimiento segundo, y se convirtió en un Maestro de la Luz. Este color blanco, es el segundo color del proceso alquímico. Un color que denota purificación y determinación en separar lo grosero de lo sutil. Un color blanco que dice de su portador como Hombre auténtico, que fue capaz de blanquear su latón y vencer a los enemigos ocultos.
Un color blanco que habla del grado de castidad. Pero una castidad bien entendida científica, esotéricamente hablando, no una renunciación o abstención dogmática del sexo, sino una comprensión de todos los procesos psicológicos concernientes a las pasiones o instintos sexuales, que se procesan en todos los hombres y mujeres. El fuego del Espíritu Santo es la llama de Horeb o Monte Sinaí, mítico el lugar donde, según la Biblia, Dios entregó a Moisés los Diez Mandamientos.
El fuego de la castidad es el fuego del Espíritu Santo, es el fuego de Pentecostés, es el fuego de la Kundalini..., es el fuego que Prometeo robó al cielo para bien de la Humanidad..., es la llama sagrada del templo que las vestales mantienen encendido..., es la llama de triple incandescencia... es el carro de fuego, en que Elías subió al cielo...
No es renunciando al fuego (sexual) como se llega a la Sabiduría, sino comprendiendo todos los resortes psicológicos que motivan la manifestación o comportamiento del fuego instintivo, en muchos casos desordenado, en cuanto a nuestra actitud frente al sexo. “Del combate que el caballero o azufre secreto libra con el azufre arsenical del viejo dragón, nace la piedra astral blanca...” Este término alquimista es el de “Blancura capilar” que hace referencia a un proceso de la cocción.
Existe un documento alquímico llamado “Physika” con una antigüedad de más de 2000 años, escrito por Bolos Demócrito, en el que se menciona, la transmutación de los metales por los cambios de color que aparecían en el proceso. Gracias a la Gnosis, recogemos el conocimiento para ponerlo en orden y operar bajo las leyes Divinas que nos conduzcan al punto de partida original. Si el cuervo fue el primer animal que lo asociábamos con el color negro, la paloma blanca es el segundo animal que indica el aspecto del mercurio.
En la medida que se sigue trabajando en el laboratorio alquímico, el mercurio está procesándose y cambiando de color continuamente, mediante la gama de colores comentados; Negro, Blanco, Amarillo y Rojo. Enrique Khunrath en su Amphiteatrum Sapientiae Aeterne, escribe:
“Finalmente, cuando la Obra haya pasado de color cenizoso (negro) al blanco puro y luego al amarillo, verás la Piedra Filosofal, nuestro Rey elevado por encima de los dominadores que sale de su sepulcro vítreo, se levanta de su lecho y acude a nuestro escenario mundano en su cuerpo glorificado...” En Caldea, los “Zigurats” (torres de adoración mesopotámica de tres plantas), a cuya categoría perteneció la famosa “Torre de Babel”, estaban pintados de tres colores: Negro, Blanco y Rojo púrpura.
Para contemplar el alcance extraordinario que en la filosofía hermética toma el simbolismo de los colores de la Gran Obra, observamos que siempre se representa a la Virgen vestida de azul, al Padre de blanco y al Hijo de rojo. El mercurio cuando ya está preparado para recibir el fuego (azufre) se torna amarillo y se suele simbolizar con el águila amarilla y finalmente cuando el mercurio ha sido fecundado, se vuelve de color rojo.
A este mercurio se le llama mercurio Azufrado y se le representa con el Faisán rojo. Curiosamente en las figuras de los Reyes Magos del misterio de la adoración al niño Jesús, encontramos estos cuatro colores. El Rey Europeo (Blanco), el asiático (Amarillo), y el africano (Negro); el cuarto color lo encontramos en sus capas de color rojo o púrpura.
Lo importante es retomar el conocimiento que se nos entrega, para que podamos, mediante la ley del amor, trabajar con gran esmero en el Athanor. También se suele hacer alusión a los colores con distintos planetas, como, por ejemplo; el negro se relaciona con Saturno, el blanco con el reino de la Luna y el rojo con el reino del Sol, omitiendo en esta ocasión el color amarillo. Pitágoras afirma lo siguiente: “Debéis saber que toda la intención y el principio de la Obra es blancura, tras la cual viene la rojez, que es la perfección de la Obra.”
Estados pesimistas y derrotistas nada tienen que ver con el color negro de las aguas, aunque debemos aclarar una vez más, el doble significado para éste color. Uno sería nuestras aguas corruptas, podridas, producto de un abandono en la purificación y un estancamiento por la fornicación. El negro se muestra como actitud negativa, por la prolongación en el mal uso de las energías sexuales, quedando éstas en estado caóticas, ennegrecidas y pestilentes.
Y el segundo significado es aquel color negro que, adquiere la semilla, después de un estado de putrefacción normal y positivo. Normalmente, se parte del primer estado, caótico y poco a poco, esas aguas con el trabajo alquímico se tornan grises, así permanecen un tiempo, que es el de purificación, para más tarde regresar al color negro. Y es cuando se inicia el verdadero trabajo alquímico. Una vez que se ha hecho la luz, el color blanco pasa a dominar el trabajo, por lo que, el alquimista ya no camina en oscuridad, sino, ya porta en su mano diestra la lámpara de aceite encendida, que es con la que ilumina la senda a seguir.
Nuestra piedra preciosísima, arrojada en medio del estiércol, se ha convertido, en algo sumamente barato... Pero “si casamos al Rey coronado con la hija roja, ésta deberá concebir en el débil fuego, a un hijo que alimentará con nuestro propio fuego”. Luego el hijo se transformará y su tintura quedará roja como la carne. Nuestro hijo, de nacimiento regio, tomará su tintura del fuego y huirán de él, la muerte, las tinieblas y el agua. “El dragón temerá la luz del sol y nuestro hijo muerto vivirá”.
El rey proviene del fuego y se complace en las nupcias. Se abrirán los ocultos tesoros. El hijo se convertirá en un fuego guerrero y superará la tintura, porque él mismo es el tesoro y él mismo lleva la materia filosófica. Venid aquí, hijos de la Sabiduría y alegraos, pues el dominio de la muerte ha pasado y el hijo reina; lleva el rojo ropaje y se ha vestido de púrpura. Y leemos en el Apocalipsis en su C.III, V. 5: “El que venciere, será vestido de vestiduras blancas.”
La túnica de lino blanco, solo puede ser portada por quien venció a su enemigo oculto. Lamentablemente hoy en día éste color es utilizado con fines místicos de manera generalizada, y por lo mismo ha perdido el valor real que otrora tenía. Solo quien conoce el hondo significado del color blanco, sinónimo de pureza y castidad, puede respetar sus enseñanzas y así mismo, respeta a quien cabalmente lo porta.
No es menos cierto que en el trabajo alquímico, el arco iris, con sus colores brillantes y luminosos, invitan a la continuidad después de un tiempo de reposo. Los discípulos de Jesús le dijeron: Sabemos que nos abandonarás, ¿quién será grande sobre nosotros? Jesús les respondió: Donde estéis, id hacia Santiago el Justo para quien han sido hecho los cielos y la tierra. Santiago el Justo, Maestro alquímico interno. Raimundo Lulio dice que realizó en 1267 inmediatamente después de su conversión y a la edad de 32 años, el peregrinaje a Santiago de Compostela.
Así mismo el Maestro Samael Aun Weor, nos dice que Santiago es el Patrón de la Gran Obra. Desde el Shambala (en el libro de Meurois y Givaudan), nos llegan estas palabras: “Ahora permitidme hablaros del segundo lugar, del segundo corazón del planeta, o sea el Asgard, ya que esa región también se comporta como energía fundamental de la tierra por varias razones. Su plano de existencia es simplemente distinto del anterior.
Mientras la vía de Pedro pertenece al cuerpo del corazón de la tierra, la vía del Agartha está vinculada al alma del corazón de la tierra. Para vuestro Occidente, no es sino el reino de Santiago, del todo subterráneo. Su campo de acción se mezcla armoniosamente con el de los elementos primordiales de la naturaleza, que es también el del conocimiento hermético. Los seres que viven en él conocen la materia a través del estudio de sus principios.
Hace millares y millares de años han huido de vuestro sol por temor a que vele su sol interior”. Tenía que ser así. Como un fruto, todo planeta necesita su núcleo. Su campo de energía, Hermanos, es el del rayo amarillo, también es el del Oro alquímico, habla a quienes buscan las estrellas en la materia...”
Todos los alquimistas están obligados a emprender este peregrinaje. Al menos, en sentido figurado, pues se trata de un viaje simbólico, y quien desea obtener provecho de él no puede, ni por un solo instante, abandonar el laboratorio. Le es preciso vigilar sin tregua el recipiente. Y orar para que el fuego, o la sustancia fohatica no se extinga.
Ya que sin la sustancia ígnea no es posible hacer carne y sangre de las palabras I.N.R.I. Compostela, ciudad emblemática, no está en absoluto situada en tierra española, sino en la tierra misma del sujeto filosófico. amino rudo, penoso, lleno de imprevistos y de peligros.
¡Ruta larga y fastidiosa por la cual el potencial se actualiza y lo oculto se manifiesta! Y esta preparación delicada de la materia prima, o mercurio común es lo que los sabios han velado tras la alegoría de la peregrinación a Compostela o donde se prepara el “compost”.
Este velo, ayuda a comprender el error en el que gran cantidad de ocultistas han caído, tomando en sentido literal de narraciones puramente simbólicas, escritas con la intención de enseñar a los unos lo que es preciso esconder a los otros. Nosotros certificamos (dice Fulcanelli) y puede confiarse en nuestra sinceridad, que jamás Flamel salió de la bodega donde ardían sus hornos. Quien sabe lo que es el bordón, la calabaza y la mérelle del sombrero de Santiago, sabe también que decimos la verdad”.
El bordón o bastón, como columna vertebral y aspecto masculino. La calabaza o recipiente alquímico de las aguas. La merelle es el símbolo de la concha con su doble aspecto, uno de odre nuevo y otro del sakti femenino. “La fuerza femenina, en apariencia pasiva, representa el Athanor del hombre” Sustituyendo los materiales y tomando por modelo del agente interno, el gran adepto observa las reglas de la disciplina filosófica y sigue el ejemplo de sus predecesores.
Cómo y para qué ser Alquimista Capítulo 8º Los colores
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