La raza Lemúrica
Yo conocí la raza Lemúrica hermafrodita. Me viene en estos instantes a la memoria aquellos terribles volcanes en erupción constante.
¡Qué tiempos! Todos nosotros los Iniciados usábamos normalmente cierta vestidura sacerdotal muy común; aquellas túnicas sacras veneradas resaltan espléndidas con los colores blanco y negro que simbolizan la lucha tremenda entre el espíritu y la materia.
Era digno de admirarse y verse aquellos gigantes lemures con sus nobles vestiduras y aquellas sandalias que ostentaban grandes borlas.
En el entrecejo de aquellos colosos resaltaba la Glándula Pituitaria, el Sexto Sentido, porta-luz y paje de la Glándula Pineal. Entonces la vida de cualquier individuo tenía un promedio de doce a quince siglos.
Y se levantaron gigantescas ciudades protegidas con enormes piedras formadas con lava de volcanes. Conocí también los últimos tiempos de la Tercera Raza y viví en aquella época citada por el Génesis, esa antigua edad en que Adán y Eva fueron arrojados del Edén. Por esos tiempos ya la humanidad se había dividido en sexos opuestos; el acto sexual fue entonces un sacramento que sólo se podía realizar dentro de los templos.
En determinadas épocas lunares, las tribus lemures realizaban largos viajes, salían en peregrinaciones rumbo a los santos lugares con el propósito de multiplicar la especie (recordemos los viajes de Luna de Miel).
Los lemures éramos todos hijos de la Voluntad y el Yoga; en la cópula sólo se usaba el Maithuna; nadie cometía el error de eyacular la Entidad del Semen.
Yo vivía en el campo con mi tribu, lejos de las amuralladas ciudades ciclópeas, morábamos en una gran choza, rancho o cabaña. Cerca a nuestra redondeada residencia con techo de palma, recuerdo con entera claridad que había un cuartel; los guerreros de la tribu se reunían allí.
Sucedió que cierta noche, todos nosotros fascinados por un extraño poder luciférico resolvimos realizar el acto sexual fuera del templo; cada pareja se entregó a la lujuria.
Muy de mañana y como si nada hubiera sucedido, tuvimos el descaro, la desvergüenza, la insolencia, el atrevimiento de presentarnos como siempre en el templo. Entonces sucedió algo insólito, algo terrible. Vimos todos a un Dios de Justicia, a un gran maestro vestido con albas e inmaculadas vestiduras sacerdotales, que amenazándonos con una espada encendida que se revolvía por todos lados, nos dijo: "¡Fuera, indignos!". Es claro que huimos aterrorizados.
Es obvio que este acontecimiento se repitió en todos los rincones del enorme continente Mu. Así fue como la humanidad, Adan-Eva, fue sacada del Huerto del Edén.
Docrina Gnóstica develada por Samael Aun Weor
Añadir un comentario