Los Aztecas
La sabiduría antigua de los Aztecas es formidable. Su arte, fue el arte regio de la naturaleza objetiva; este tipo de arte se halla asociado a la ciencia y a la religión en su forma más pura; en tiempos de la antigua cultura Azteca, nunca estuvo el arte divorciado de la religión, ni de la ciencia, ni de la filosofía.
Por medio del arte regio los Aztecas llegan directamente a instruir a la Conciencia, al Alma; por medio del arte regio se instruye al cerebro emocional y eso es grandioso.
En el México antiguo, glorioso, se hablaba por medio de la danza sagrada, se hablaba por medio de la palabra sagrada y se hablaba también a través de ciertos signos científicos. a través del Centro Motor por medio de la danza se instruía este cerebro; a través del Centro Emocional fluía la emoción más pura y a través del Centro Intelectual se adquirían ideas trascendentes y trascendentales.
Se instruía al Centro Intelectual; se instruía al Centro Emocional y se instruía al Centro Motor: se usaba la palabra iluminada, se usaba la mística religiosa, se usaba la danza; y así, los tres cerebros del ser humano, intelectual, emocional, motor, recibían instrucción.
La sabiduría que floreció en el México antiguo es la misma de Egipto, es la misma de la India milenaria la tierra sagrada de los Vedas, es la misma de Samotracia, de Troya, de Roma, de Cartago. Quienes piensan ignorantemente que los Aztecas adoraban ídolos están totalmente equivocados, porque ellos tenían una cultura extraordinaria y maravillosa que deviene de los más antiguos tiempos Bien podría haber los Aztecas conquistado a Europa para enseñarle una Doctrina Solar, para llevarla a un nivel de más alta civilización.
Si en la vieja Europa se adoró al Cristo, es necesario comprender que en México también se reverenció al Cristo Cósmico, al Señor Quetzalcóatl. No es pues Quetzalcóatl un ídolo como presumen de ello muchos supercivilizados ignorantes. El drama del Señor Quetzalcóatl es formidable, extraordinario, maravilloso, es el mismo drama de Yeshua Ben Pandirá, es decir, el mismo drama de nuestro Señor el Cristo; bien podemos asegurar y en nombre de la verdad que Quetzalcóatl es el Cristo.
Veamos cuidadosamente los viejos códices: allí encontramos riquísima información sobre nuestro Señor Quetzalcóatl: Vivía él, se dice, en una casa espléndida, en una ciudad maravillosa; viva representación divinal del Paraíso Terrenal.
Un día cualquiera, dice la tradición alegórica o simbólica, mandó llamar a su esposa; ella concurrió al llamado; se extendió la estera sagrada en el duro piso, y cuenta la leyenda de los siglos que se embriagó con vino. No debe tomarse esto en el sentido literal de la palabra; realmente se trata de alegorizar el Drama Edénico, es decir, comió de ese fruto del que se prohibiera cuando se dijo:
De todos los árboles del huerto podéis comer menos del árbol de la ciencia del bien y del mal porque el día que de él comieres moriréis”. Quetzalcóatl se entristeció mucho por haberse embriagado, es decir, había comido del árbol de la ciencia del bien y del mal.
Entonces hubo de abandonar la lejana Tule, la ciudad espléndida de la luz; vagó por todos los países del mundo sufriendo terriblemente: recordemos aquél momento en que Jehová Dios se dirigiera a Adán y Eva para decirles: “Vosotros pereceréis”, y ellos salieron del Edén para trabajar y ganar el pan con el sudor de su frente y para parir sus hijos con dolor.
Así también nuestro Señor Quetzalcóatl vagando por todos los países del mundo, sufrió lo indecible; arrojó sus joyas en un río sagrado, escondió sus tesoros divinales y se fue en busca de la tierra roja, sufrió mucho, y mirándose un día en el espejo dijo:
He envejecido; fue sometido a pruebas por algunos magos negros pero Él salió victorioso y al fin después de haber sufrido mucho llegó a la Tierra Roja; entonces, dice la tradición, pudo morir y resucitar, bajó a la región de los infiernos al Mictlán para recoger los huesos de sus antepasados.
Incuestionablemente, antes de subir es necesario bajar; a toda exaltación le precede siempre una espantosa y terrible humillación; Quetzalcóatl fue humillado antes de ser exaltado.
Arrepentido, resolvió incinerarse y entre esas cenizas resucitó para convertirse en el Lucero de la Mañana.
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