La cultura Maya
Los mayas constituyeron un pueblo grandioso en cuanto al nivel cultural alcanzado por su inigualable civilización en el mundo antiguo. La procedencia de su población, sus orígenes, así como su notable progreso, es un intrincado problema que sólo con la ayuda del esoterismo crístico y la doctrina gnóstica puede realmente ser interpretado.
Su centro de dispersión lo encontramos en las márgenes del río Usumacinta, para extenderse posteriormente sobre un territorio calculado en los 300.000 kilómetros cuadrados, que actualmente ocupan parte de Guatemala, Honduras, El Salvador (en las márgenes del lago Güija), el sureste de México, es decir, Quintana Roo, Yucatán, Campeche, Tabasco, la mitad oriental de Chiapas, el norte del estado de Veracruz, sur de Tamaulipas y este de San Luis Potosí.
En el aspecto social, los Mayas nunca constituyeron un imperio, pues la base de su organización política fueron las ciudades-estados que se unieron en confederaciones como Chichén Itzá, Uxmal, Mayapán, Palenque, Piedras Negras, Yaxchilán, Copán, Toniná y el Petén; cada una de ellas gobernada desde un centro ceremonial por los sacerdotes.
Lo que hoy es propiamente Yucatán, tuvo por nombre: La Tierra del Faisán y del Venado, denominación que guarda un gran sentido místico. Esta comarca fue llamada de diversos modos, como Yucaltepén: Perla de la Garganta de la Tierra. Poblado desde remotísimos tiempos por la raza maya, este territorio se llamó el Mayab, (Ma: no; Yaab: muchos) es decir, la tierra de los pocos, la tierra de los escogidos.
Las tribus de Anáhuac como todas las tribus de indo-américa, vinieron de la Atlántida y no del norte. Aquéllos que mantienen la idea de que estas tribus vinieron del continente asiático pasando por el estrecho de Bering, están equivocados porque ni en Alaska, ni en el estrecho de Bering existe el menor vestigio del paso de la raza humana por allí.
Las antiguas civilizaciones indo-americanas tienen su origen en la Atlántida. El continente atlante se extendía y orientaba hacia el sur y los sitios más elevados hacia el norte, sus montes excedían en grandeza, elevación y número a todos los que actualmente existen.
Todas las enseñanzas religiosas de la América primitiva, todos los sagrados cultos de los Incas, Mayas, Aztecas, etc., los dioses y diosas de los antiguos Griegos, Fenicios, Escandinavos e Indostanes, son de origen atlante. La Atlántida unía geográficamente a la América con el Viejo Mundo. Los Mayas atlantes trajeron su ciencia, religión y sabiduría a Meso américa, Tíbet, India, Persia, Egipto, etc., fueron grandes civilizadores.
En lo religioso llegaron a concepciones teológicas cada vez más profundas, concebidas por la clase sacerdotal. En la industria fueron brillantes artífices, así como en la orfebrería, tejidos y cerámicas, en la que destacan varios estilos. Pero sobresalieron sobre los demás pueblos americanos en sus aspectos característicos como: la escritura jeroglífica, la cronología y la arquitectura en la que fueron consumados maestros. La arquitectura Maya en piedra tiene caracteres tan propios como los de cualquier otro estilo. Generalmente las construcciones mayas se levantan sobre estructuras de hasta 45 metros en los templos pirámides.
Uno de los ejemplos más notables es la ciudad de Tikal, constituida principalmente por una serie de templos. Sobre una extensión de 16 kilómetros cuadrados, tres mil construcciones reúnen en sí todas las características arquitectónicas de la ciudad maya; pirámides truncadas con escalones que sustentan templos decorados con bajorrelieves de notable realismo, edificios compuestos de estancias oscuras, baños de vapor, estelas, altares y monolitos esculpidos con personajes rodeados de inscripciones jeroglíficas.
Grande fue el saber de los mayas-atlantes y admirable la ciencia arquitectónica plasmada en la piedra, auténticos libros de la sabiduría del Mayab. Nueve terrazas escalonadas (alegorizando a la Novena Esfera), conducen al sobrio y clásico edificio piramidal de Palenque, conocido como El Templo de las Inscripciones. Nada, a primer golpe de vista, hace suponer que este edificio guarde en su interior uno de los misterios más notables del arte maya. En la pared del fondo de la entrada central una serie de paneles comprende 620 glifos esculpidos, lo que le ha valido al edificio su nombre.
Una serie de pinturas de dignatarios, regiamente vestidos con plumas de Quetzal y algunas máscaras recubiertas de estuco, parecen vigilar la gran losa de piedra de seis toneladas situada en el centro.
En el bajorrelieve que ocupa toda la superficie del gran monolito, hay un hombre sentado en vilo sobre una máscara del Dios de la Muerte Ah Puuch, dobla las rodillas y tiene el busto inclinado hacia atrás. Este personaje representa a un Avatara del pueblo Maya, al Dios Pacal quien desciende de la cruz, magistralmente adornada, indicando la resurrección final.
Cabezas de serpientes se deslizan de los brazos horizontales de la cruz que sostienen una serpiente bicéfala de cuyas bocas salen dos cabezas humanas, alegorizando el alma cuando es tragada por la serpiente de fuego.
El Dios Pacal luce un pectoral y nueve collares, que representan el noveno círculo, el pozo del universo dentro del organismo humano, ese pozo son los órganos creadores. Sobre la parte superior de la cruz, descansa el Ave Moan, símbolo de la suprema Muerte, de la Aniquilación Buddhista, lo que se complementa con el símbolo de abajo, del Dios de la Muerte Ah Puuch, indicando que el Dios Pacal con su muerte ha matado a la muerte.
Alrededor de esta composición corre una orla de glifos entre los cuales figuran el Sol, la Luna y Venus. Y esta extraordinaria losa de piedra tenía una misión utilitaria, pues protegía un sarcófago en la sala secreta del corazón de la Pirámide. En el sarcófago, totalmente pintado de rojo, yacía el cuerpo del Dios Pacal. Este lleva una máscara de jade, indicando que él era un hombre perfecto y que su rostro debía ser ocultado a los profanos.
El hecho de que el sarcófago tenga forma de pez, nos recuerda al profeta Jonás, quien antes de predicar a las multitudes pasó tres días y tres noches en el vientre de una ballena, donde los sabios trabajan en la augusta oscuridad del silencio. En efecto, como un póstumo mensaje a los hombres, cerca de la tumba del Dios Pacal, se hallaron seis esqueletos que en total forman siete, alegorizando a la muerte suprema de los siete defectos capitales.
Existió sin duda, una profunda ciencia de lo psicológico practicada en el México antiguo por los sacerdotes. Para realzar la nobleza de su rango, estos auténticos felinos de la psicología marcaban su rostro con garras de jaguar, indicando que esotéricamente pertenecían a la Orden de los Caballeros Tigres. Acostados sobre pieles de jaguares, ligeramente adormecidos, aquellos varones del linaje maya sabían combinar conscientemente la voluntad y la imaginación. En modo alguno resultaba imposible para aquellos señores de la tierra de Anahuac, el éxtasis y el gozo místico. Cada vez que ellos desaparecían del mundo físico para introducirse en la Cuarta Dimensión, proferían la frase ritual: “Nosotros nos pertenecemos”
En efecto, ellos se pertenecían porque compartían el mismo conocimiento iluminado del Mayab. La sabiduría de la Serpiente, símbolo universal de la iluminación. Todas las grandes civilizaciones han compartido este símbolo, Grecia, Egipto, Perú, Caldea, Babilonia, India, Tíbet, etc.
Continuamente el cuerpo de la Víbora, en las culturas de Anahuac, se encuentra modificado por una acción inusitada que imprime un cambio radical a su naturaleza original. Ya sea en la posición vertical que ilustra la idea maya y nahuatl de la Víbora Divina devorándose el alma y el espíritu del hombre, a las llamas sexuales consumiendo al ego animal, aniquilándolo; o bien la doble cabeza que recuerda con entera claridad su figura en círculo, en aquél trance gnóstico que es una síntesis perfecta del mensaje maravilloso del Señor Quetzalcoatl.
Quetzalcoatl, la serpiente emplumada del México azteca, es el mismo Kukulcán de los mayas. Kukul, es el ave sagrada de preciosas plumas, Coatl es la Serpiente mística. Y los mayas tuvieron la herencia del Hijo del Hombre como una vez fue en Belén, otra en el Monte Horeb, o a la orilla del Ganges y en todo lugar y tiempo, donde los hombres que una vez fueron de barro se convirtieron en una medida más del Gran Señor Escondido, donde reside la plenitud de la sagrada tierra del Mayab.
KUKULKÁN, el Dios del Lucero del Alba, el Verbo encarnado, trajo la sabiduría de la Serpiente y con ella se desarrollaron todas las ciencias y las artes que conducen al hombre de barro a la herencia del saber que es la Sabiduría de la Serpiente.
El gigantesco Templo de Kukulcán en Chichén Itzá, es una pirámide de 24 metros de altura que eleva sus nueve terrazas superpuestas sobre una base de 55 metros de lado. En el centro de las cuatro caras de la pirámide, una escalinata de noventa y un escalones ribeteados de rampas de piedra que se apoyan en el suelo por medio de cabezas de serpientes, permiten el acceso al Templo que domina toda la ciudad. Esta pirámide monumental representa un aspecto simbólico. Sus nueve terrazas, simbolizan las nueve regiones del mundo subterráneo y también a la Novena Esfera, clave universal del MOVIMIENTO CONTINUO.
El número de gradas de las cuatro escalinatas, además del único escalón de entrada al Templo corresponden a los 365 días del año. KUKULCAN se convierte así en uno de los edificios más interesantes de Chichén Itzá, efectuándose en él, el proceso físico evidente de que esta pirámide es un gigantesco reloj de Sol.
Cada veintiuno de Marzo a las cinco de la tarde, sucede un espectáculo sorprendente, cada año, cientos de personas se reúnen para contemplar un milagro que se lleva a cabo gracias a la pericia arquitectónica de los Mayas, su técnica para medir el tiempo y su profundo conocimiento del ritmo de la Tierra y de otros mundos, en este caso específico: El Sol.
KUKULCAN está construida de tal manera, que por sus cuatro costados tiene salientes que, al ser tocados por los rayos del Sol y mediante un armónico juego de luz y sombras forman siete triángulos isósceles. El último de estos triángulos va a dar precisamente a la cabeza de la serpiente en la base de la escalinata que conduce a la cumbre de esta formación solar. “Tiempo y religión adquieren un cariz espectacular en la pirámide mediante la luz solar en los días equinocciales”. Y Kukulcán cumple así, con la promesa de descender cada año a los hombres y traer su mensaje divino para ascender poco después al reino del Mayab como Serpiente Emplumada.
Chichén Itzá, es una de las ciudades sagradas más importantes del México antiguo, la que en un tiempo fue una de las grandes metas de peregrinación del Yucatán. La ciudad cubre un espacio de cerca de los 8 kilómetros cuadrados; lleno de millares de piedras, centenares de columnas y gran número de muros desnivelados entre los que descuellan siete grandes edificios de piedra labrada. Vemos aquí el encuentro de dos culturas; la maya y la tolteca.
Rodeado de columnas, el Templo de los Guerreros flanquea al este de la pirámide de Kukulcán o El Castillo (como fuera llamada por los españoles de la conquista), la gran plaza alrededor de la cual se levantan las construcciones de origen tolteca. Su porte grandioso le viene de todas las columnas que constituían originariamente la infraestructura de las salas hipóstilas y servían para sostener los pesados entarimados, esqueletos de los techos hoy asolados.
Las sesenta pilastras cuadrangulares, dispuestas delante del Templo de los Guerreros, son los vestigios de una vasta sala que hacía cuerpo con el conjunto como un inmenso vestíbulo. Todas las caras de las pilastras están cubiertas de bajorrelieves de distintas escenas que representan a unos guerreros atentos, disciplinados y listos para el combate. Bajo el implacable sol de Yucatán, estos soldados parecen velarles a los intrusos el acceso a su Templo.
Tienen la frente ceñida con un lazo adornado de turquesas o de plumas de águila. Sandalias, pendientes, adornos en la nariz, cinturones de cuero, pectorales de oro y piedras preciosas cincelados en forma de mariposa, todos ellos atributos del Mayab. Porque no está a la vista todo lo escrito en estos símbolos, ni cuando ha de ser por ellos explicados, porque este es el lenguaje de los hombres del linaje maya y sólo ellos saben leer su significado. Guerreros atentos, en guardia, cubiertos de piedras preciosas, no son los guerreros aquéllos que subyugan, dominan, oprimen y conquistan a otros, sino antes bien, a sí mismos.
Porque, quien quiera ser amo, hágase siervo. Quien quiera ser libre, hágase esclavo. Quien quiera vivir, aprenda a morir. Quien quiera morir, oiga y despierte, porque estas son palabras del Mayab, que es la comida del guerrero maya y su comida es la comida del Sol y devendrá “pauah”, es decir, Espíritu Celeste, y habrá extendido en si mismo, las alas del sagrado Kukulcán, la Serpiente Emplumada que el hombre ha de levantar en el desierto de su iniciación, golpeando la Piedra en la oscuridad y calmando su sed con el agua pura del CENOTE SAGRADO. Los mayas tuvieron una cultura serpentina porque ellos sabían del poder que encierra la mística Sierpe.
El nombre de Chac-Mool, está asociado al de JAGUAR ROJO. Realmente el Chac-Mool existió, fue un adepto encarnado, uno de los grandes iniciados de la poderosa civilización serpentina del México antiguo. El sepulcro del Chac-Mool fue hallado y sus restos encontrados. Si se observa la figura en que está acostado, veremos que es la misma que utilizaban los iniciados egipcios cuando salían en cuerpo astral. Un estudio atento de su indumentaria simbólica nos permitirá comprender su naturaleza divina. Sobre su cabeza una especie de casco, indica su mente cristificada, sus grandes orejas dispuestas siempre a escuchar la Gran Palabra, el Verbo. En su pecho un signo alusivo a la esfera de Tiphereth, al Hijo del Hombre.
Sobre su plexo solar, aparece siempre el plato o escudilla para recibir los rayos solares y en su antebrazo un brazalete con tres vueltas, alude a las tres fuerzas primarias del Cosmos. El Chac-Mool fue venerado en el México serpentino cuando era llevado en grandes procesiones hasta la entrada de los Templos.
La máscara de Chaac, motivo decorativo esencial de los monumentos mayas del Yucatán, se repite hasta el infinito en todas las fachadas; con su nariz alargada en forma de trompa, los ojos globulares, las cejas decoradas y las orejas terminadas en cuernos.
Chaac, el Dios de nariz larga, dispensador de la lluvia, cuyos rasgos se identifican a menudo con los de la Serpiente, asume la forma del jaguar cuando representa a los cuatro bacab que sustentan la Bóveda Celeste, o seres divinales escapados de los diluvios que precedieron a los mayas. Y con esta señal de la asociación jaguar-serpiente, es como la máscara invadirá las fachadas del Yucatán.
Porque el jaguar y la serpiente, son dos y uno. Y la medida que llevan es el fuego que despierta al hombre de barro al reino del Mayab, donde resplandecen la gloria del Gran Señor Escondido. Y su gloria, es la gloria del hombre de barro hecha fuego en la médula espinal.
Huehueteotl, el Dios Viejo del Fuego, es el Agnus inmolado desde la aurora del Gran Día. Incuestionablemente, el Dios del Fuego Sexual, representa una de las más antiguas tradiciones de los pueblos mayas y nahuatl, es la Deidad del centro, en relación directa con los cuatro puntos cardinales de la Tierra. Huehueteotl, posee todos los atributos de las más exaltadas divinidades mayas. Sobre su frente el Tercer Ojo, el Ojo de la Sabiduría y sobre su cabeza el Dios Viejo, carga el fuego sexual universal. Ese es el Fuego del Amor y su beso es muerte que purifica. Así lo entendieron los sabios sacerdotes mayas, cuando oficiaban sus ritos en los altares esculpidos con cráneos humanos.
El término nahuatl Tzompantli (muro de los cráneos), recuerda la importancia que los mayas dieron a la muerte mística. Águilas y jaguares que devoran humanos corazones en místico sacrificio cerca de una multitud de cráneos esculpidos, lejos de representar la brutal crueldad que los antropólogos actuales han dado a estos símbolos y que esotéricamente representan al Dios Interno, al Intimo desgarrando el corazón del Iniciado, que a través de múltiples y dolorosos procesos logra la total integración con el Ser, son en verdad el testimonio vivo de la Sabiduría del Mayab, como lo fue también aquél ritual ejecutado por los sacerdotes en el Campo de la Bola Religiosa, siendo el de Chichén Itzá, el más importante de todo México. Este es el mal llamado Juego de la Pelota.
La estructura del Campo de la Bola Religiosa en forma de “T”, recuerda a la cruz TAO. Durante toda la noche anterior al rito, los sacerdotes permanecían en oración, pidiendo a los Dioses les fuera propicio plasmar las fuerzas cósmicas que allí se desataban, para que aquellos que asistían al drama, comprendiesen el sentido oculto de la lucha eterna entre las potencias de la Luz y de las Tinieblas.
Pero los antropólogos no han visto sino un juego, del que afirman se llegó a decapitar al equipo perdedor. Resulta difícil creer que el llamado “juego” terminara con escenas y actos de decapitación, y tal vez se llegó a imaginar este desenlace, a causa de los bajos relieves con escenas de decapitaciones de la terraza oriental, bordeada con una larga serpiente de piedra. Dos grandes volutas que salen de la tronera del techo, recuerdan la lengua bífida de la Serpiente, pero más todavía, la señal “Miquiztli”, que significa: “Muerte”, y que en el calendario, era la señal del día propicio para las fiestas del Sol y de Tezcatlipoca, el Dios tolteca de la GUERRA INTERIOR.
Todos los sacerdotes están suntuosamente ataviados: casco emplumado, altos cinturones y rodilleras en la pierna derecha. Llevan siempre un cetro, que recuerda una maza, que, cual aquélla del Hércules mitológico, alegoriza el poder sexual, y que está rematado con una cabeza de serpiente, una cabeza de mono o con una calavera humana. La escena central es particularmente significativa. El sacerdote de la izquierda tiene en su derecha el cuchillo de pedernal, como expresión fálica y en la izquierda, la cabeza del sacerdote simbólicamente derrotado. El sacerdote decapitado está de rodillas, expresando la sumisión de los poderes de las tinieblas; por su cuello aparecen siete serpientes, la del centro tiene forma de una planta lozana, cargada de flores y de frutas.
Estas siete serpientes, no son en modo alguno, fruto de la casualidad, los escultores de estas obras sabían perfectamente del séptuple poder serpentino que se desenvuelve en la anatomía oculta del hombre y que encuentra su relación con los Siete Cuerpos Superiores del SER. Es en definitiva, un recuerdo de la Diosa Chicomecoatl: “Siete Serpientes”. Además, el SIETE es la cifra simbólica del maíz, cuyo grano es el símbolo de la simiente humana, tiene igualmente un lugar privilegiado en el centro de la serie numérica fundamental del Calendario mágico entre el 1 y el 13.
Este centro representa finalmente, el corazón del hombre y el corazón de la espiga. Por eso en el drama representado en el Campo de la Bola Religiosa, existe ciertamente una relación entre los ritos de la fertilidad y los ritos de la decapitación simbólica, constatación ésta que se ve favorecida por las observaciones de la etnografía, que nos dice que estos ritos se remontan a ciertos mitos cosmogónicos identificando siempre el NACIMIENTO SEGUNDO con las siete Serpientes de Fuego y la Aniquilación del Ego animal representado por la Muerte en forma de calavera, que aparece en el centro de la Bola Religiosa, la que a su vez es símbolo del Sol.
Sí, de ese Sol, que los astrónomos mayas vieron tantas veces desde sus observatorios en el corazón de Chichén Itzá. En efecto, el Caracol observatorio, que debe su nombre precisamente a una escalera espiraloide que conduce a una pequeña estancia de observación en la cúspide del edificio, domina los montes, los llanos, el cielo y las estrellas. A través de unas aberturas en las paredes, los astrónomos escrutaban el cielo y hacían mediciones exactas del tiempo. Los mayas tenían un concepto muy singular del tiempo. Cada período, ya sea día, año o ciclo, estaba representado por un dios instalado a la espalda de otro dios, que lo transportaba de un punto al otro del horizonte.
La duración del año maya es exacta. La astronomía moderna ha determinado la duración del año terrestre con relación al Sol, en 365,2422 días de duración. Los mayas fijaron la cifra en 365,2420 días, lo cual lo hace aún más perfecto que el Calendario Gregoriano, que fue fijado en 365,2425 días. Este calendario, llamado HAAB, constaba de dieciocho meses de veinte días cada uno y de un mes complementario de cinco días: UAYEB, o sea: mes que no tiene nombre.
Mediante rigurosas observaciones nocturnas, los mayas fijaron igualmente la fecha de las lunaciones, 29 y 30 días alternativamente. El códice de Dresde, desde la página 51, hasta la 58, contiene nada menos que 450 anotaciones relativas a las lunaciones, lo que implica observaciones anotadas durante un plazo de treinta y tres años. Se calcula que en los documentos desaparecidos existían los registros de muchas observaciones anotadas durante centenares de años.
De las exploraciones mayas en el pasado y sus mediciones de ciclos de tiempo, cada vez más amplios, se deduce que sabían que el tiempo no tenía principio, idea fundamental de la eternidad. Los mayas sabían perfectamente de las influencias, las más poderosas eran las que emanaban del planeta Venus y de los eclipses solares. Su cronometraje y su estudio planteaban problemas que los sacerdotes astrónomos mayas resolvieron brillantemente. Con paciencia, cooperación e inteligentes deducciones, lograron medir el ciclo sinódico de Venus. La ciencia moderna fija en 583,920 días la revolución de Venus, los astrónomos mayas establecieron la cifra de 584 días, esto marca un margen de error de sólo un día cada 6.000 años con respecto al cómputo actual. Cabe preguntarse ¿Cuál será el correcto?
En cuanto a la numeración, los mayas significaban el 1 con un punto y le llamaban “HUN”; el 2 con dos puntos y así hasta 5 que se marca con una raya; el 6 con una raya y un punto; el 10 con dos rayas superpuestas; el 15 con tres rayas y el 20 con signos especiales variantes del signo del día llamado “cimi”. La numeración de los mayas es puramente vigesimal. Hasta 11 sus nombres son particulares para cada número, pero el 12 se dice 10 + 2, y así sucesivamente hasta 20 que es la unidad de segundo orden.
Basados también en el sistema de numeración vigesimal, los mayas crearon el Calendario Mágico, que se compone de trece meses de veinte días cada uno y por eso tiene 260 días. “Uinal” en lengua maya significa 20, y tiene la misma raíz de “Uinic”, o sea, hombre. El número 20 se expresaba en un principio con los diez dedos de las manos y los diez dedos de los pies, lo que confirma su etimología; el 20 representa por eso indudablemente al hombre en los calendarios mágicos. La presencia del número 13 es profundamente misteriosa y reviste gran importancia en la civilización maya, es la piedra angular de todo su sistema calendario. La Bóveda Celeste, ¿no contaba acaso con trece cielos?
En efecto, aquéllos que conocen la kábala, saben de los trece sephirotes que alcanzan desde el mundo denso material hasta el seno mismo del Absoluto. Recordemos que Jesús, el Gran Kabir, con sus doce discípulos forman el número 13.
Este número de vital importancia cosmogónica, figura también en el Calendario Azteca o Piedra del Sol con la fecha fundamental 13 Acatl, 13 Caña, el número de la muerte mística que alcanza simbólicamente la alianza entre el hombre y el cielo, y que esotéricamente se ve representado en la teogonía maya por la diosa Trece Serpientes. Quizá pueda decirse de los mayas que todos los elementos de sus centros ceremoniales eran manifestaciones directas o indirectas de su extraordinaria filosofía del tiempo en que el calendario era el instrumento para la coordinación de diversos ciclos de influencia divina.
Los CODICES consisten en largas tiras de ficus, aplastadas e impregnadas de resina y recubiertas luego con una capa de cal apagada sobre la cual hay pintados glifos, cifras, figuras de dioses y de animales, siempre con los mismos colores: negro, amarillo, verde, azul y encarnado.
Colosales cabezas de sacerdotes ocupan parte de los templos en Copán. En esta misma ciudad se alzan las monumentales cabezas del Dios Itzamna, inventor de la escritura y de la agricultura, el Hijo del Sol, adornado con el símbolo de Venus, la MENTE CRISTIFICADA y grandes orejas para escuchar la Palabra del Mayab, y sobre su frente el Tercer Ojo, el Ojo de Dagma, el Ojo de la Sabiduría. Al sur de la acrópolis, una soberbia escalinata permite el acceso a un templo. Sus sesenta y tres gradas (cuya suma cabalística da nueve, y que recuerda con claridad la Novena Esfera, el Sexo), está totalmente esculpida con inscripciones jeroglíficas.
Bien sabían los mayas que antes de subir por la mística escala es necesario bajar. Sí, bajar al pozo mismo de la Novena Esfera para trabajar con el agua y el fuego primordiales. Existe un templo en la región de Uxmal, es el mal llamado Cuadrilátero de las Monjas y que debe llamarse Cuadrilátero de las Sacerdotisas. Allí, en el centro del patio, se levantaba un enorme símbolo fálico. Este conjunto está constituido por cuatro edificios. Todos ellos constan de una serie de estancias cuyas entradas dan al interior del Cuadrilátero, o sea, al patio. Entre el embeleso de la música y el canto, los sacerdotes y sacerdotisas, practicaban la sexo yoga, la alquimia, bajo la dirección de los Maestros. Los cuatro edificios tienen una rica decoración simbólica.
El edificio sur, consta de ocho cámaras abiertas y está decorado con las plumas preciosas del quetzal. El edificio norte es la construcción más importante del conjunto y está flanqueada por dos templetes a los costados, siendo el de la izquierda el templo de Venus, donde los adeptos mayas adoraban a Kukulcán, el Lucero de la Mañana. Cuenta con trece dobles estancias. Once entradas dan al patio sur y otras dos se abren en los laterales. Sin duda, el número 13, tan importante en el calendario maya, tenía especial significación en los templos, expuesto aquí por el número de estancias y que es un recordatorio de la inmortalidad.
El edificio oriental, es la construcción más sencilla, consta de cinco estancias. El friso presenta, sobre piedras talladas en crucero, seis motivos consistentes en ocho serpientes bicéfalas cada una, dispuestas una sobre otra, que se ensanchan paulatinamente hacia la parte superior del edificio en la que resalta una cabeza de búho, símbolo de la vigilancia y la meditación.
El edificio occidental con sus siete entradas presenta un curioso ornamento. Un magnífico trono en el que se sienta un personaje con cabeza de anciano y cuerpo de tortuga. El anciano es el Maestro, el adepto, y la tortuga alegoriza al zodíaco, tanto en lo microcósmico como en lo macrocósmico. Una observación detenida del friso nos permite ver dos serpientes emplumadas, que se alargan en su extremo, y que en sus fauces abiertas aparece la cabeza de un personaje que es el alma del iniciado, siendo devorada por la Sabiduría de la Serpiente. En efecto, esta piel extendida de serpiente, de la especie crótalus durisus-durisus, llamada “Ahau Can” entre los mayas y conocida como “Serpiente Cascabel”, ha sido el modelo para el ornamento isométrico en el que se inspiraron los arquitectos mayas.
Así, estos templos que contienen la eterna sabiduría del Mayab, fueron hechos por los hombres que practicaron la justicia e hicieron las cosas perfectas, por la misericordia de sus cabezas, la sabiduría de sus corazones y el amor a la vida en sus acciones. Porque el justo siente con su mente y piensa con su corazón para que sus obras sean gratas ante la Bóveda del Cielo. El camino, la vida, el origen y el destino de los justos, cualquiera haya sido el ánfora de donde hayan bebido su sabiduría y el katún en que se manifestaran, son enigmas para el hombre cuyo barro no ha sido cocido con el fuego que arde en el Mayab, pues su saber le es incomprensible y sus hechos le son locura.
¿Cuál fue el destino final de los mayas antiguos? ¿Qué fue de los sacerdotes divinos y del Omnisciente Señor-Serpiente? ¿Por qué desaparecieron tan bruscamente abandonándolo todo a su suerte? ¿Qué grave impulso obligó al pueblo maya a su repentina desaparición, como lo demuestran algunas ciudades? Por primera vez en la historia de toda una civilización se produce semejante interrupción de todas las actividades.
Quiriguá es abandonada por sus habitantes. A pesar de las múltiples hipótesis, el problema del abandono de los centros rituales por parte de la población permanece sin solución para los investigadores contemporáneos, y las grandes estelas de gres y los inmensos bloques zoomorfos de Quiriguá permanecen mudos…
La teoría de que el matorral invadiera las tierras de cultivo, se basa en un error, las actuales sabanas del Petén no fueron selva en otros tiempos, pues un suelo arenoso no es el propio de la selva tropical. Y ¿qué diremos con respecto a las demás hipótesis? ¿Los terremotos? Ninguna de las ciudades en ruina manifiesta huellas de semejante cataclismo. Inexistentes en Petén, los terremotos son frecuentes y violentos en las altiplanicies de Guatemala. No obstante los indios de estas regiones no abandonaron nunca sus territorios.
La hipótesis de un cambio de clima no reviste profundidad. Por el contrario, un aumento excesivo de lluvia habría favorecido la agricultura. Por lo que toca a repetidas epidemias de malaria o de fiebre amarilla que hubieran podido despoblar los territorios mayas, hay que rechazarlo sin contemplaciones. Ni la malaria, enfermedad del Viejo Mundo, ni la fiebre amarilla, de origen africano, existían en América antes de la llegada de los españoles. Por lo demás, nunca una epidemia, aunque hubiera sido como la terrible peste que devastó Europa, supuso el derrumbamiento de una civilización.
Ahora bien, si los mayas habían elaborado un complejo calendario para el cómputo del tiempo en su sentido meramente Cronológico, es muy cierto también que ese mismo calendario era premonitorio, oracular y profundamente religioso. ¿Qué designios llevaron a los sacerdotes a desaparecer junto con el grueso del pueblo? Cada katún es un tiempo y todo lo que se quiere tiene un tiempo debajo del cielo. Todo tiempo trae su afán en la vida del hombre. Hay épocas de paz y épocas de gran agitación.
Mucho antes de la llegada de los dzules, en el Yucaltepén, La Perla de la Garganta de la Tierra, se estaba perdiendo la sabiduría de sus corazones y la misericordia de sus cerebros, y las almas de algunos sacerdotes ya no comían la comida del Muy Grande Sol que ilumina a todos los soles y a todos los hombres.
Sin embargo, los más destacados se sumergieron en las dimensiones superiores, en la eternidad, junto con sus mujeres y sus hijos. Así, los templos no fueron abandonados del todo y allí continuaron algunos nuevos jefes con sus seguidores de un grado muy inferior con respecto a sus predecesores. Los templos que amenazaban ruinas eran arreglados chapuceramente, sepultaban a sus muertos bajo falsas bóvedas desmoronadas y comenzaron a hacerse sacrificios.
El Cenote Sagrado, que era el pozo que simbólicamente contenía el agua pura de vida con la que el maya viril hacía el vino del balché, fue utilizado para los sacrificios. Las gentes se llevaban trozos de estelas rotas y los colocaban en el suelo para adorarlos, aunque ya nadie sabía leer los jeroglíficos.
Y con la sabiduría del Mayab, lo de abajo se une a lo de arriba y lo de arriba da vida a lo de abajo. Para ellos todas las escrituras son claras, las piedras talladas son libros abiertos, porque la Verdad no está impresa en los libros, ni en las piedras, sino en el Alma del que los lee.
Para estos será la salvación, porque hoy al igual que ayer el reino del Mayab vino a los hombres, SAMAEL AUN WEOR, el Logos Sagrado de Marte, ha desgarrado el velo del templo, y la sabiduría ha quedado a la vista de los profanos. Pronto los diluvios se verán desde el ARCA y la SERPIENTE EMPLUMADA volará…
Recopilación de la Obra del V.M. Samael Aun Weor.
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