Algol

Es urgente repetir a veces ciertas frases cuando se trata de comprender. No está de más enfatizar aquello que ya dijimos en el capítulo trece: (del libro El misterio del aureo florecer) quiero referirme al alcohol.

No hay necesidad de discutir largamente sobre los efectos del alcohol. Su mismo nombre árabe (igual al de la estrella algol, que representa la cabeza de Medusa, cortada por Perseo) quiere decir sencillamente el Demonio...

Y que sea efectivamente un demonio o maléfico espíritu, cuando se posesiona del hombre, es evidente y fácilmente demostrable por sus efectos, que van desde la borrachera al delirium tremens y a la locura, consignándose en los descendientes bajo la forma de parálisis y otras taras hereditarias.

Es incuestionable que siendo un producto de desintegración, que se origina también en nuestro organismo, entre los que se eliminan por la piel, tiene una tendencia vibratoria disgregante, disolvente y destructora, secando nuestros tejidos y destruyendo las células nerviosas, las que gradualmente se hallan substituidas por cartílagos.

Resulta palmario y manifiesto que el alcohol tiende a eliminar la capacidad de pensar independientemente, ya que estimula fatalmente la fantasía, y de juzgar serenamente, así como debilita espantosamente el sentido ético y la libertad individual. Los dictadores de todos los tiempos, los tiranos, no ignoran que es más fácil gobernar y esclavizar a un pueblo de bebedores que a un pueblo de abstemios.

Es igualmente sabido que en estado de embriaguez se le puede hacer aceptar a uno cualquier sugestión y cumplir actos en contra de su decoro y sentido moral. Es demasiado notoria la influencia del alcohol sobre los crímenes, para que haya necesidad de insistir en ello.

El alcohol, horrendo, sube del precipicio y cae en el abismo de perdición; es la sustancia maligna que caracteriza en forma íntima a los “mundos infiernos” donde solo se escuchan baladros, aullidos, silbos, relinchos, chirridos, mugidos, graznidos, maullidos, ladridos, bufares, roncares y crocotares.

El abominable algol gira incesantemente dentro del círculo vicioso del tiempo. Se insinúa por doquiera siempre tentador, parece tener el don de la ubicuidad; tan pronto sonríe en la copa de oro o de plata bajo el techo dorado del fastuoso palacio, como hace cantar al bardo melenudo de la horrible taberna. El maligno Algol es a veces muy fino y diplomático: ¡Vedlo ahí brillando peligrosamente entre la copa resplandeciente de fino bacará, la mujer amada os la ofrece!

Y dice el poeta que cuando en el mullido y perfumado lecho de caoba, la amada ebria de vino desnudarse pretendía el Ángel de la Guarda se salía un momento... Todos vamos a un fin, todos tenemos nuestro nombre en el ánfora fatal, nunca bebas, te digo, licor maldito porque si lo bebes pronto errarás el camino. Vinillo bien fuerte de Sabina en copas chicas beberás hoy conmigo, aunque en ánfora griega fue el envase, que lo sellé yo mismo, exclama Satanás desde el fondo del abismo...

En sus negras profundidades, cada demonio su faena cumple, apañando viñas, hasta el sol vespertino; y, como a Dios, te llama, cuando en la alegre cena llega la hora de beber el fermentado vino. Numen nuevo en sus lares, te brindan los labriegos votos y libaciones del mosto de sus vides y sonríe Algol, Medusa pérfida, gozándose con su víctima. Ayunos, mortificaciones, cilicios, pide el anacoreta o penitente en el alba riente y después todo concluye libando entre la borrasca y la orgía cuando el sol ya cansado se apaga en el poniente...

¿Qué no desgasta el tiempo? Ya fueron inferiores a los abuelos rudos nuestros queridos padres; peores que ellos somos nosotros; y en mustia decadencia entre el licor y la tragedia nos sigue una viciosa descendencia. Cuán distinta la prole, ¡de cuán otra familia! , que tiñe en sangre púnica los mares de Sicilia, la que a Piros y Antiocos de un solo lance postra, y al formidable Aníbal, porque hasta el fin le arrostra”.

“Casta viril de rústicos soldados, enseñada a remover las glebas con sabélica azada, jayanes obedientes a una madre severa, que a su mandar cargaban, en la hora postrera”. “Del día enormes troncos para el hogar cortados, cuando, sueltos del yugo los bueyes fatigados, se hunde el sol en las sombras que la noche remansa, y en amigo reposo la alquería descansa”.

Hoy todo ha pasado; esta pobre humanidad llena de tantas amarguras se ha degenerado con el vicio abominable del alcohol. ¿Y quienes son esos tontos que pretenden negociar con Satán? ¡Escuchad amigos!: con el siniestro demonio Algol no es posible hacer componendas, arreglos, chanchullos, de ninguna especie. El alcohol es muy traicionero y tarde o temprano nos da la puñalada por la espalda.

Muchas gentes de Thelema (voluntad) beben tan solo una que otra copa diaria, chanchullo maravilloso, ¿verdad? ¿Arreglo? ¿Compadrazgo? ¿Pastel? Gentes inexpertas de la vida; ciertamente a ellas hablándoles en lenguaje socrático podríamos decirles que no sólo ignoran, sino además ignoran que ignoran. Los átomos del enemigo secreto semejantes a microscópicas fracciones de vidrio, con el devenir del tiempo y entre tanta melopea, chalina o ebriedad muy sutil y disimulada, se van incrustando dentro de las células vivas del organismo humano...

Así bien saben los divinos y los humanos que el demonio Algol se apodera del humano cuerpo muy astutamente y lentamente, hasta que al fin un día cualquiera nos precipita en el abismo de la borrachera y la locura. Escuchadme muy bien estudiantes gnósticos; a la luz del sol o de la luna, de día o de noche, ¡con el demonio Algol hay que ser radicales! Cualquier compostura, transacción, diplomacia o negociación con ese espíritu maligno está condenada tarde o temprano al fracaso.

Recordad devotos de la senda secreta que el eje fatal de la rueda dolorosa del Samsara está humedecido con alcohol. Escrito está con palabras de fuego en el Libro de todos los Misterios que con el alcohol resucitan los demonios, los Yoes ya muertos, esas abominables criaturas brutales y animalescas que personifican nuestros errores psicológicos.

Como quiera que el licor está relacionado con el Vayú Tattwa (el elemento aire), bebiéndolo caeremos como la pentalfa invertida, con la cabeza hacia abajo y las piernas hacia arriba en el abismo de perdición y de lamentos espantosos. (Véase capítulo 13 del libro El Misterio del aureo florecer). El pozo del abismo del cual sube humo como de un gran horno, huele a alcohol.

Esa mujer del Apocalipsis de San Juan vestida de púrpura escarlata, y adornada de oro, de piedras preciosas y de perlas y que tiene en la mano un cáliz de oro lleno de abominaciones y de la inmundicia de su fornicación bebe alcohol; esa es la Gran Ramera cuyo número es 666. ¡Desdichado el guía religioso, el sacerdote, el místico o el profeta que cometa el error de embriagarse con el abominable alcohol!...

Está bien trabajar por la salvación de las Almas, enseñar la Doctrina del Señor, más en verdad os digo que no es justo lanzar huevos podridos contra aquellos que os siguen. Sacerdotes, anacoretas, místicos, misioneros, que con amor enseñáis al pueblo, ¿por qué lo escandalizáis? ¿Ignoráis acaso que escandalizar a las gentes equivale a faltarles al respeto, a lanzarles tomatazos y huevos podridos?... ¿Cuándo vais vosotros a comprender todo esto?...

Samael Aun Weor

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