Belcebú príncipe
Vivir a placer con su familia, de favor, en paz para trabajar, por obra de magia, sobre la tierra, es ciertamente algo muy romántico. Empero abalanzarse a los riesgos suele a veces ser indispensable cuando se trata de procurar para los demás todo el bien posible.
Flanqueado de murallas intelectivas quise florecer en sabiduría y, sin desfallecer en fuerzas, viajé (Samael Aun Weor) muy joven por diversos lugares del mundo.
Allende el tiempo y la distancia, en la remota lejanía de una comarca sudamericana, conocida popularmente con el típico nombre de Quindío, muy flexible al entendimiento, hube de relacionarme con un médium espiritista que trabajaba como herrero.
Sin trabucarse jamás en discusión alguna, aquel obrero laboraba tranquilo en su rojiza forja. Extraño encasquillador espiritista; místico señor de broncínea figura atlética personalidad cenobita.
¡Válgame Dios y Santa María!, y le vi en siniestro e izquierdo trance mediúmnico poseído por Belcebú, príncipe de los Demonios.
Todavía recuerdo aquellas palabras tenebrosas con las cuales el poder de las tinieblas cerraba la sesión: "Bel tengo mental la petra y que a el le anduve sedra, vao genizar le des". Luego firmaba: Belcebú.
Herrero paradójico anacoreta. Arrepentido le hallé al siguiente día del izquierdo aquelarre espiritista; entonces juró solemnemente en nombre del eterno Dios viviente no volver a prestar su cuerpo físico al horror de las tinieblas.
Algunas veces le sorprendí en su fragua consultando muy sinceramente el devocionario espiritista de Kardec. Posteriormente aquel caballero de marras me invitó lleno de místico entusiasmo a otras tantas exhaustivas sesiones mediúmnicas, donde con ansia infinita evocara a "Juan Hurtado el Mayor".
Sin exageración alguna, para bien de mis amados lectores, debo ahora aseverar oportunamente que el redicho fantasma, parlando con la lengua del médium en trance, se vanagloriaba de poder manifestarse a través de ciento cincuenta médiums en forma simultánea. Concluir con un discurso de listo, en consonante, es ciertamente muy normal; empero, pluralizarse en ciento cincuenta discursos simultáneos, diferentes, me pareció en aquella época algo asombroso.
Es incuestionable que por aquella época de mi vida todavía no había analizado el tema de la pluralidad del Yo, del Mí Mismo.
Doctrina Gnóstica develada por Samael Aun Weor
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