El castillo de Klinsor
El castillo de Klinsor, ubicado en Salamanca, España. Cavando entre las profundas entrañas del averno, trabajando intensamente en la Novena esfera, yo buscaba con ansias infinitas el Tesoro del Cielo; el Vellocino de Oro de los antiguos.
Los hijos de Minos, los Adeptos de la Mano Izquierda, los levitas de siempre, iracundos me atacaron incesantemente en los pavorosos abismos neptunianos.
Una noche cualquiera, no importa ahora la fecha ni el día ni la hora, fui transportado al castillo de Klinsor, ubicado exactamente en Salamanca, España. Lo que entonces viera en la tétrica morada de esas arpías fue ciertamente horripilante.
Siniestras calchonas de izquierdos aquelarres, tenebrosas, me atacaron muchas veces dentro del interior del castillo; empero me defendí valerosamente con la flamígera espada. Mi viejo amigo, el Angel Adonaí quien por estos tiempos tiene cuerpo físico, hubo de acompañarme en esta aventura.
No eran vanas, no, las lucubraciones de esos grandes videntes de lo astral que se llamaron alquimistas, kabalistas, ocultistas, etc. Lo que ahora veíamos dentro de este antro era ciertamente espantoso. Muchas veces desenvainé mi flamígera espada para lanzar llamas sobre la fatal morada del Nigromante Klinsor.
En forma inusitada Adonaí y yo nos acercamos ante unas calchonas que arreglaban la mesa para el festín. En vano atravesé con la espada el pecho de una de esas brujas; ella permaneció impasible; incuestionablemente estaba despierta en el mal y para el mal.
Es ostensible que quise hacer llover fuego del cielo sobre aquel alcázar horrendo. Hice esfuerzos supremos; sentí desmayarme; en esos instantes el angel Adonaí se acercó a la ventana de mis ojos para mirar lo que ocurría dentro de mí mismo.
Imaginad por un momento cualquier persona deteniéndose ante la ventana de una casa, para observar a través de los cristales y ver lo que sucede en el interior de la misma. Es ostensible que los ojos son las ventanas del alma y los ángeles del cielo pueden ver a través de esos cristales lo que sucede en el interior de cada uno de nosotros.
Hecha la singular observación, Adonaí se retiró satisfecho; mi propio castillo interior; la morada de Klinsor, había sido incinerado con el fuego íntimo. Cada uno de nos lleva dentro el alcázar de izquierdos aquelarres; esto jamás lo ignoran los Mahatmas.
Concluidos los trabajos esotéricos en los Infiernos de Urano y Neptuno, sucesivamente, hube entonces de ascender al Empíreo, la Región de los Serafines, criaturas del amor, expresiones directas de la unidad.
Doctrina Gnóstica develada por Samael Aun Weor
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