Nací en México
Repitiendo los pasos del insolente marqués Juan Conrado, en mi subsiguiente existencia vine a reencarnarme en México, se me bautizó con el nombre de Daniel Coronado.
Nací en el Norte, por los alrededores de Hermosillo, lugares todos estos conocidos en otros tiempos por el marqués.
Mis padres quisieron todo el bien para mí y de joven me inscribieron en la Academia Militar, mas todo fue en vano. Cualquier día de esos tantos aproveché malamente un fin de semana en banquetes y borracheras con amigos calaveras. Confieso todavía con cierta vergüenza que hube de regresar a casa con el uniforme de cadete sucio, desgarrado y envilecido.
Es obvio que mis padres se sintieron defraudados. Es ostensible que no volví jamás a la academia militar; indudablemente desde ese momento comenzó mi camino de amarguras.
Afortunadamente reencuentro entonces a Litelantes. Ella se encontraba reencarnificada con el nombre de Ligia o Paca (o Francisca). A buena hora me recibió por esposo, cualquier vida resulta de hecho un trabajo muy difícil y de enjundioso contenido y por ello sólo hago resaltar con fines esotéricos determinados detalles.
Incuestionablemente yo no gozaba de holgada situación, difícilmente me ganaba el pan nuestro de cada día; muchas veces comía con el mísero salario de Ligia; ella era una pobre maestra de escuela rural y para colmos hasta le atormentaba con mis excecrables celos. No quería ver con buenos ojos a todos esos sus colegas del magisterio que le brindaban amistad.
Sin embargo algo útil hice aquellos tiempos; no está demás decir enfáticamente que formé un bello grupo esotérico gnóstico en pleno Distrito Federal. Los estudiantes de tal congregación en mi actual existencia de acuerdo a la Ley de Recurrencia retornaron a mí.
Durante el cruento régimen Porfirista tuve un cargo por cierto no muy agradable en la Policía Rural. Cometí el error imperdonable de enjuiciar al famoso Golondrino, peligroso bandolero que asolaba a la comarca; es claro que tal maleante murió fusilado. En mi actual existencia le encontré reincorporado en humano cuerpo femenino; sufría delirio de persecución.
Al estallar la rebelión contra don Porfirio Díaz, abandoné el nefasto puesto en la rural: entonces con humildes proletarios de pico y pala, pobres peones sonsacados de las haciendas de los amos, organicé un batallón. Era ciertamente admirable este valeroso puñado de gente humilde armada apenas con machetes, pues nadie tenía dinero como para comprar armas de fuego.
Afortunadamente el general Francisco Villa nos recibió en la División del Norte; allí se nos dieron caballos y fusiles. No hay duda de que por esos años de tiranía luchamos por una gran causa; el pueblo mexicano gemía bajo las botas de la dictadura.
En nombre de la verdad debo decir que mi personalidad como Daniel Coronado fue ciertamente un fracaso. Lo único por lo cual valió la pena vivir fue por el grupo esotérico en el Distrito Federal y por mi sacrificio en la Revolución. A mis compañeros de la rebelión les digo: Abandoné las filas cuando enfermé gravemente. En los postreros días de esa vida tormentosa anduve por la calles del Distrito Federal descalzo, con las ropas vueltas pedazos, hambriento, viejo, enfermo y mendigando. Con profundo pesar confieso francamente que vine a morir en un casucha inmunda.
Todavía recuerdo aquel instante en que el galeno sentado en una silla, después de haberme examinado, exclama moviendo la cabeza: Éste caso está perdido, y luego se retira.
Lo que de inmediato continúa es tremendo. Siento un frío espantoso como hielo de muerte. A mis oídos llegan gritos de desesperación: ¡San Pedro, San Pablo, ayudadlo! así exclama esa
mujer a la cual llamo La enterradora.
Extrañas manos esqueléticas me agarran por la cintura y me sacan del cuerpo físico, es obvio que el Ángel de la Muerte ha intervenido, resueltamente corta con su hoz el cordón de plata y luego me bendice y se aleja. ¡Bendita muerte, cuánto tiempo hacía que te aguardaba, al fin llegasteis en mi auxilio, bastante amarga era mi existencia! Dichoso reposé en los mundos superiores después de innúmeras amarguras.
Ciertamente el humano dolor de los mortales tiene también su límite, más allá del cual reina la paz.
Doctrina Gnóstica develada por Samael Aun Weor. Vidas anteriores a la actual 1.917 a 1977 de V.M.G.R., Biografia, Samael Aun Weor El marqués Juan Conrado
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