La fuerza 2ª parte
Continuación de la conferencia titulada "La fuerza del amor"
Así que para hacer el Curso de Misioneros, debemos pensar en el bien común; en que debemos amar, sí, de una forma extraordinaria, a todos los seres que pueblan la faz de la Tierra. Amar no solamente a los que nos aman porque eso lo haría cualquiera, sino también a los que nos odian.
A los que nos aman, porque nos comprenden; a los que nos odian, porque no nos comprenden. No debe existir, en nosotros, eso que se llama odio.
Hay gentes que destilan y beben su propio veneno, y sufren lo indecible. Y eso es grave, uno no debe ser tan tonto. Aquel que está destilando y bebiendo su propio veneno, pues es un tonto. Aquel que se ha forjado un infiernito en su mente y que lo que carga a toda hora es a ese infiernito en su entendimiento, es un necio.
Uno tiene que pensar que lo mejor es amar, pues si uno hace de su mente un infierno, no es dichoso jamás.
Las gentes están todas llenas de resentimientos, y eso es gravísimo, porque donde existe el yo del resentimiento, no puede florecer el amor. No hay quien no tenga resentimiento.
Todo el mundo guarda en su corazón, palabras, hechos o sucesos dolorosos, acompañados naturalmente de sus secuencias o corolarios, que son los ya consabidos resentimientos. ¿Qué ganará el que carga con eso? En ese sentido, no sabe amar, es revanchista, no sabe amar. El que odia, está muy cerca de la maldición.
Hay que saber comprender a los demás, aprender a mirar el punto de vista ajeno, si es que queremos saber amar. Las gentes son incomprensivas, las gentes, no quieren entender a otras gentes; sencillamente porque no saben ver el punto de vista ajeno. Si uno se sitúa en el punto de vista ajeno, aprende a perdonar, aprende a amar. Pero si uno no es capaz de perdonar a nadie, no sabe amar. Ahora, perdonar en forma mecanicista, no sirve para nada.
Uno podría perdonar, sencillamente porque aprendió en la doctrina gnóstica que se debe perdonar, pero eso es automático, no sirve. En el fondo continuará con el mismo resentimiento, con el mismo odio y hasta con el mismo deseo revanchista sofocado o reprimido.
Cuando se dice perdonar, esto implica una eliminación. Uno no puede perdonar si no elimina el yo del resentimiento, si no anula el yo del rencor, si no reduce a polvareda cósmica el yo de la revancha, el yo que quiere “sacarse el clavo”, etc. Mientras no haya eliminado tales yoes, a través de la comprensión y con el auxilio de Kundalini-Shakty, no es posible que de verdad perdone. Y si da perdón, este es automático y perdón automático no es perdón.
Hay que sincerarnos consigo mismos, si queremos saber amar. Si uno no se sincera consigo mismo, si no es sincero consigo mismo, no puede amar jamás. Amar implica un trabajo, un trabajo dispendioso sobre sí mismo. ¿Cómo podría uno amar a otro si no trabaja sobre sí mismo, si no elimina de su interior los elementos de la discordia, de la revancha, del resentimiento, del odio, etc.?
Cuando tales elementos infrahumanos existen en nuestra psiquis, la capacidad de amar queda anulada. Nosotros necesitamos amar, sí, a todos nuestros semejantes. Pero, repito, esto implica un trabajo. Uno no puede amar mientras existan los “elementos del odio” en sí mismo. Si queremos amar, debemos ser sinceros, auto-explorarnos, auto-investigarnos para descubrir esos elementos que nos incapacitan para amar.
Hay mucho amor fingido en las distintas escuelas de tipo pseudo-esotérico, pseudo-ocultista. Nosotros los gnósticos no debemos aceptar amor fingido; debemos ser exigentes consigo mismos. ¿Vamos a amar a nuestros semejantes o no los vamos a amar? Seamos sinceros. No se trata de que nos dejemos llevar por sentimentalismos sublimes. Podríamos creer que sí amamos, cuando en realidad no estamos amando.
El amor es algo muy sublime. Les voy a poner a ustedes un ejemplo, o algunos ejemplos sobre amor... El fundador de Nueva York era un hombre muy inteligente. Tenía, pues, una esposa, y muy distinguida. Cuando fundó a Nueva York, aquello parecía una paradoja: allí no había sino vegetación, árboles, montañas, etc., etc.
El concibió la idea de una gran ciudad, al contemplar aquella región. Pero era la época dorada, la época en que la gente tenía la sed de oro en los Estados Unidos, aunque siempre la ha tenido, pero en aquella época era muy manifiesta: la codicia por el oro físico, las minas de oro, etc. Sí, él, yéndose por el mundo, cometió un error que lo consideró muy grave: abandonar a la mujer en plena montaña. No la abandonó por ninguna otra mujer; no, sino por el oro, por ir a buscar las minas... Al fin supo de ella: alguien le dijo que ella había muerto.
El no se preocupó mucho por eso, porque él no tenía sino ansias, sed insaciable de oro. Más tarde, con el tiempo, encontró a una mujer y se casó con ella, con otra mujer. Metió ferrocarril, estableció bancos. Cuando ya era un gran hombre, hablando ante un auditorio, de pronto descubrió, entre las gentes que habían allí, a aquella que él había abandonado...
Aquel hombre ya no podía ni hablar, trató de trabarse, quedó confundido, porque pensaba que estaba muerta. Y a ella le habían informado que él se había casado otra vez, que tenía seis hijos... En el auditorio se topó “de manos a boca” con ella; él no hallaba qué hacer. Le dijo ella: No te preocupes, sé que te has casado. El estaba perplejo, porque claro, por regla recordó su primer amor. Y la amaba, solo que la sed del oro había hecho que la abandonara...
No hallaba qué hacer. Dijo ella: Puedes marcharte, sigue tu camino, ella también lo adoraba. El intentó alejarse y no podía, sentía que le era difícil desprenderse de ella. Pero ella le dio valor: No mires hacia atrás, le dijo, marcha hacia delante, no te detengas por mi. Debes triunfar, te amo mucho y deseo tu triunfo. El se fue, caminando como un sonámbulo hasta que ella se marchó. Ella lo amaba demasiado. El hubiera podido dejar a la otra mujer de inmediato e irse con esta, pero ella prefirió su felicidad. Eso es amor.
¿Cuál de ustedes se siente capaz de hacer eso: ser capaz de renunciar a lo más amado, por la felicidad misma de lo más amado? Es que el amor no quiere recompensas, es dádiva en sí mismo, trabajo con renuncia de los frutos, no quiere sino el bien de otros, aun a costa de la propia felicidad.
Pretender definir el amor, es un poco difícil. Si se define, se desfigura. Es más bien como una emanación, surgida, dijéramos, del fondo mismo de la Conciencia, un funcionalismo del Ser. Hay que entender, hay que comprender, pues, la necesidad de amar a nuestros semejantes. Porque mediante el amor podemos transformarnos, y amando, repartir bendiciones, llevar la enseñanza a todos los pueblos de la Tierra, encaminar a otros con el máximum de la paciencia, saber perdonar los defectos ajenos.
Incuestionablemente, al llevar uno la enseñanza a otros, encontrará muchas resistencias. Indubitablemente le lloverá a uno en muchas ocasiones, piedras, pero hay que saber amar y perdonar a todos, no reaccionar tanto. Las gentes viven reaccionando, ante los impactos que provienen del mundo exterior. Hay siempre una tendencia a reaccionar. Yo me he fijado, pues, en las mesas directivas de los lumisiales.
En plena asamblea, alguien dice algo con relación a alguien y nunca falta la reacción inmediata del aludido. Algunas veces con ira, otras con impaciencia, pero en alguna forma reacciona. Muy rara vez he visto una mesa directiva donde un sujeto XX permanezca impasible, sin reaccionar ante lo que otros digan.
Hay esa tendencia, de todo el mundo, a reaccionar contra todo el mundo. ¡Mas, qué chistosas son las gentes! Basta mover un botón y “truenan” y “relampaguean”. Y si se mueve otro botón, sonríen dulcemente. Los humanoides son máquinas que todo el mundo maneja a su antojo; son como un instrumento de música, donde cada cual toca su propia canción. Si alguien quiere que ustedes sonrían, basta decirles palabras dulces y darles palmaditas en el hombro, sonríen dulcemente.
Si quieren que truenen o relampagueen, basta decirles unas cuantas palabras duras y ya se ponen con el entrecejo fruncido y reaccionan inmediatamente. Yo mismo aquí, estoy platicando con ustedes y los veo un poco sonrientes. Si en este momento les echara un regaño, ¿qué sucedería? Cambiarían de inmediato, ya no estarían tan sonrientes, ya las cejas aparecerían fruncidas. ¡Qué tristeza, pero así es! ¿Por qué? Son máquinas, un instrumento que todo el mundo toca. Instrumentos, como la guitarra. El que quiera verlos contentos, dirá unas cuantas palabras dulces y ya estamos felices. Pero el que quiera verlos llenos de odio, diga unas palabras duras y ya estaremos terribles.
De manera que dependemos de otros, no tenemos libertad, no somos dueños de nuestros propios procesos psicológicos, cada cual hace de nosotros lo que le venga en gana. Unas cuantas palabritas de lisonja, e inmediatamente, ¡ah!, sentimos auto-importancia; otra palabrita de humillación y qué tristes y pequeños nos sentimos. Si cada cual hace de nosotros lo que quiere, entonces ¿dónde está nuestra autonomía, cuándo dejaremos de ser máquinas?
Es obvio que para aprender a amar, hay que adquirir autonomía, porque si uno no es dueño de sus propios procesos psicológicos, jamás puede amar. ¿Cómo? Si otros son capaces de sacarnos del estado de paz al estado de discordia, ¿cuándo podríamos amar? Mientras uno dependa de otros –psicológicamente– no es capaz de amar. La dependencia obstaculiza el amor. Necesitamos nosotros acabar con la dependencia, hacernos amos de sí mismos, dueños de nuestros propios procesos psicológicos.
Cuando yo tuve la reencarnación de Tomás de Kempis, escribí en mi libro “Imitación de Cristo”, en aquella antigua reencarnación, una frase que dice: “Yo no soy más porque me alaben, mi menos porque me vituperen, porque yo siempre soy lo que soy”... De manera que debemos permanecer impasibles ante la alabanza y el vituperio, ante el triunfo y ante la derrota; siempre serenos, impasibles, siempre dueños de sí mismos, de nuestros propios procesos psicológicos.
Así, sí, marchando por ese camino, llegaremos a estar siempre estables en eso que se llama Amor. Necesitamos nosotros establecernos en el reino del Amor, pero no podríamos hacerlo si no fuésemos dueños de nuestros propios procesos psicológicos. Pues si otros son capaces de hacernos rabiar cada vez que quieran, si otros son capaces de hacernos sentir odio, si otros son capaces de hacernos sentir el deseo de revancha, obviamente no somos dueños de sí mismos. En esas condiciones, jamás podríamos nosotros estar establecidos en el reino del Amor. Estaríamos en el reino del odio, en el de la discordia, en el del egoísmo, en el de la violencia, pero jamás en el reino de eso que se llama Amor.
Debemos permanecer estables en el reino del Amor, tenemos que hacernos dueños de nuestros propios procesos psicológicos. Si golpeamos en una puerta, por ejemplo, y nos reciben a piedras porque vamos a dar la enseñanza gnóstica, y si nos alejamos de allí, dijéramos, con el deseo de revancha, o terriblemente confundidos, entonces no serviríamos para misioneros gnósticos. Si llegamos a un pueblo a predicar la palabra y el señor cura nos corre, y entonces nos llenamos de terror, ¿serviríamos, acaso, para misioneros gnósticos? El terror nos incapacita para amar.
¿A qué le tenemos miedo nosotros? ¿A la muerte? Si para morir nacimos, ¿entonces qué? Que muera uno, unos días antes o unos días después ¿qué? Siempre tiene uno que morir. Entonces, ¿a qué le tenemos miedo? Además, la muerte es tan natural como el nacimiento. Si le tenemos miedo a la muerte, también debemos tener temor al nacimiento, pues son los dos extremos de un mismo fenómeno que se llama vida.
¿Tenerle miedo a la muerte? ¿Por qué, si todo lo que nace tiene que morir? Las plantas nacen y mueren, los mundos nacen y mueren. Esta misma Tierra nació y un día será un cadáver, quedará convertida en una nueva luna. Así pues, temer a la muerte ¿por qué? La muerte es la corona de todos, y por cierto, que es hasta muy bella. Uno no debe mirar a la muerte jamás con horror; hay que mirarla como es. Ver un cadáver en un féretro, en la mitad de una sala, no es haber comprendido el Misterio de la Muerte.
El Misterio de la Muerte es muy sagrado. Jamás se podría comprender el origen de la vida, el Misterio de la Vida, si antes no se ha comprendido, a fondo, el Misterio de la Muerte. Cuando uno entiende de verdad lo que son los Misterios de la Muerte, entiende los Misterios de la Vida. La muerte nos depara, pues, deliciosos momentos. Con la muerte viene la paz.
Bien vale la pena, pues, no tener miedo al morir. Y si alguien muriera en el cumplimiento de su deber, trabajando por la humanidad, ese alguien sería premiado con creces en los mundos superiores. Dar uno la vida por sus semejantes, es algo sublime. Eso fue lo que hizo el divino Rabí de Galilea, es lo que han hecho todos los santos, los mártires: San Esteban, apedreado por enseñar la Palabra; Pedro, crucificado con la cabeza hacia abajo y las piernas hacia arriba, para indicar el trabajo en la “forja de los cíclopes”. Eso son ellos: verdaderos mártires. Esos son los que descollan, más tarde, entre el Mahanvantara, como dioses.
Así pues, temer es absurdo. Lo más que podría sucedernos a nosotros es que nos llevaran al paredón de fusilamiento. ¿Y qué? Después de todo, ¿qué? Morirse uno, unos días antes o unos días después, es algo que no tiene la menor importancia. Vale la pena que pensemos en todas estas cosas. Por temor, los hombres se arman para matar a otros.
Por temor, las guerras entre las naciones, pues cada nación teme que otra la invada y se arma, y viene el desastre. Por temor existen los ladrones, que le tienen miedo a la vida. Por temor existen las prostitutas, que le tienen miedo al hambre. Por temor, un hombre mata a otro. El temor, pues, es la raíz de muchas maldiciones sobre la Tierra.
Uno tiene que acabar con el yo del temor. En el umbral del templo debemos dejar el temor. Desgraciadamente, hay distintas clases de temor. El que tiene miedo jamás podría afrontar la prueba del Guardián de la inmensa región. ¿Cómo podría afrontarla si teme? El que tiene miedo, al verse fuera del cuerpo físico, resulta “chillando”... “Que parece que ya se olvidó, que dejó a su mamá y a su papi, que a sus hermanitos, que al abuelo, que, en fin, ahora ¿qué hago?...
Pueden estar ustedes seguros que nosotros somos solos, cada uno de nosotros, y que la única familia que tenemos se llama humanidad. Uno, después de muerto, tiene que llegar a la conclusión de que está solo. La buena reputación de papá y de mamá, el cariño de sus hermanos, sus amigos, todo eso queda atrás. Se encuentra con que uno no es más que otra criatura de la Naturaleza, y eso es todo, sin nombres ni apellidos, terriblemente sola... ¿Papá, mamá y hermanitos? Son tan solo la fascinación de un día; nada de eso tenemos, somos espantosamente solos.
A la larga, lo único que tenemos que buscar adentro, es al Padre que está en secreto y a nuestra Madre Eterna y siempre Divina, la Kundalini, y al Cristo Señor. ¿Y familia? ¡Todos los millones de seres humanos! No digo solamente los de la Tierra, sino los de todos los mundos del espacio. Esa es la realidad, descarnada porque ustedes quieren mucho a sus familiares, ¿verdad? Ahora, si uno no tuviera familia dirían “Bueno, si usted no la tiene, pues ¿qué le importa?” No, yo la tengo también, y me doy cuenta que es vano todo eso.
No quiero decirles que yo no quiera a mis familiares. Yo sí los quiero, como ustedes los quieren; solo que yo ya experimenté, directamente, la realidad de mi propia familia y llegué al convencimiento de que la familia es toda la humanidad. No guardo resentimientos contra la familia. No vayan a creer ustedes que estoy hablando con algún resentimiento. No, cuando digo que experimenté la realidad de lo que es la familia, quiero referirme, en forma trascendental, a la Enseñanza.
Fuera del cuerpo físico, se me enseñaron los Misterios de la Vida y de la Muerte. En alguna ocasión, se me hizo sentir la muerte por anticipado. Se me hizo salir del cuerpo físico, ya fuera de la forma, se me hizo adelantar en el tiempo para verme muerto. ¿Qué vi? Un cadáver. ¿Qué había en ese ataúd? Un cuerpo. ¿Cuál? El mío. ¿Quiénes estaban ante ese ataúd, en la sala llena de flores y coronas de difuntos? Familiares. Entre mis familiares estaba ahí mi madre. Me acerqué a ella, besé su mano y dije: “Gracias por el cuerpo que me diste; mucho me sirvió ese cuerpo, resultó maravilloso, ¡gracias!” Me acerqué a todos los otros familiares, despidiéndome de ellos.
Abandoné aquella morada y me sumergí entre el seno de la Naturaleza, convencido de que estaba desencarnado. ¿Qué había? Naturaleza: valles profundos, montañas, océanos, nubes, aire, sol. ¿Y mis familiares qué? Eso había quedado en el pasado, ya no tenía familiares. Los nombres y apellidos, mi linaje, mi pueblo, mi lengua, ¿en qué habían quedado? ¡Cosas del pasado! Ahora estaba sumergido entre una Naturaleza salvaje, absolutamente salvaje. Y entonces mi querida familia ¿qué? Solamente pude exclamar: “¡Ya no tengo familia!”
“¿Y los seres que me rodearon? Eso fue en el pasado; ahora estoy solo, espantosamente solo. Soy tan sólo una criatura de la Naturaleza, una Naturaleza salvaje. ¡Lo que hay son unos valles, unas montañas, una tierra húmeda por la lluvia! ¿Y mi casa? ¿Cuál casa? Ya no tienes casa. ¿Y bienes? ¡Mucho menos bienes terrenales! ¿De dónde los voy a sacar? Entonces, ¿quién eres? Una partícula de la Naturaleza, una Naturaleza salvaje que nada tiene que ver con cuestiones familiares”.
Conclusión: mi familia es toda la humanidad, o todas las humanidades, o todos los mundos, las humanidades planetarias, y eso es todo... Sentí, sin embargo, un poco de tristeza, al darme cuenta que todavía el “cordón de plata” no se había roto. Hubiera querido romperlo, pero permanecía intacto. No me quedó más remedio que regresar. Yo pensaba que ya estaba desligado, absolutamente, de la forma física, y me tocaba volver otra vez.
Y volví, sí, entré en mi cuerpo. Esa es la realidad, pues, en relación con familiares, parientes, allegados, primos, hermanos, tíos, sobrinos, nietos, bisnietos, tataranietos. Y en fin, todo eso nos fascina en el fondo. Nosotros necesitamos elevar un poco el corazón con la frase “sunsun corda”: ¡Arriba corazones!, y saber que todos somos una gran familia; ver en cada persona un hermano, sentir a cada uno de nuestros hermanos como carne de nuestra carne, como sangre de nuestra sangre; no ver a los otros como extraños, como gente distinta, porque eso es absurdo. Todos somos una enorme, una inmensa familia que se llama “humanidad”.
Nosotros debemos sacrificarnos, por esa inmensa familia, con verdadero amor. Si así lo hacemos, marchamos, con el Tercer Factor de la Revolución de la Conciencia, en forma plena. Trabajando uno por los demás, también es recompensado. Aunque uno renuncie a los frutos de la acción, siempre es recompensado. Trabajando por los demás, podemos cancelar el Karma viejo que traemos de existencias anteriores. He conocido a muchas personas que sufren los problemas diversos de la vida: económicos, por ejemplo. Aquellos que tienen problemas económicos, incuestionablemente ocasionaron daños económicos a muchas gentes en el pasado, y ahora cosechan lo mismo que sembraron, “toman de su propio chocolate”.
Sin embargo, se quejan y protestan y blasfeman, y quieren mejorar la situación económica, pero no remedian el mal que hicieron, no forman parte de alguna cooperativa, no son capaces de partir su pan, para dar la mitad al hambriento; no son capaces de quitarse una camisa para vestir a un desnudo, no son capaces de dar un consuelo a nadie, pero quieren mejorar económicamente.
Claro, solicitan servicios, piden que les ayudemos en el trabajo de cambiar su situación, pero ellos no se preocupan por servir a nadie, son parásitos que existen bajo el Sol. En esa forma, ¿cómo se podría mejorar económicamente? Toda causa trae su efecto. El Karma es el efecto de una causa anterior. Si se quiere anular el efecto, hay que empezar por anular la causa que lo produjo. Y se anula la causa con inteligencia, sabiendo anularla.
Con todas estas cosas se van a encontrar ustedes en el camino: unos que quieren que ustedes los curen, pero jamás se preocupan por curar a nadie, muchos que tienen gravísimos problemas económicos, pero nunca piensan cooperar en alguna forma con alguien, etc.
Cada cual tiene sus problemas y los problemas los crea el Ego, y nada más que el Ego desdichado. Uno puede anular todos los problemas si no tiene Ego. Si no tiene Ego, no hay problemas. ¿Por qué? Porque no hay quien reaccione dentro de la mente de uno, no hay un revanchista que complique la situación, no hay nadie que odie en nosotros, o a través de nosotros. Entonces no hay problemas, los problemas los crea el Ego y nada más que el Ego.
Trabajando en favor de los demás, pues uno cancela viejos karmas. El que sirve a otros, se sirve a sí mismo. El que da recibe y mientras más da, más recibe; esa es la Ley. Al León de la Ley se combate con la Balanza. Si en un platillo de la Balanza pudiéramos nosotros poner buenas obras, en el platillo del bien, e inclinar entonces la Balanza a nuestro favor, quedaría anulado el Karma. En verdad que al León de la Ley hay que darle duro con la Balanza. Esa es la clave para vencer el Karma.
Como dicen los Señores de la Ley: “Haz buenas obras para que pagues tus deudas”. El que tiene con qué pagar, paga y sale bien en los negocios; pero el que no tiene con qué pagar, tiene que ir a la cárcel, perder todos sus bienes”. Hay pues, que hacer mucho bien para pagar nuestras deudas viejas. Con el capital de buenas obras, podemos pagar el Karma viejo, sin necesidad de sufrir, no hay necesidad de amargarnos la vida.
Conozco a un sujeto XX. Sufre lo indecible: siempre en mala situación económica, siempre en la miseria. En cuanto negocio hay, fracasa; no hay negocio donde se meta que no fracase. Tiene mujer, tiene hijos, con ellos riñe incesantemente. El es del signo Leo, ella también. No deberían reñirse, pero parece que los leones son así: pelean incesantemente, no están contentos. Yo los he visto en el jardín zoológico de Chapultepek: no dejan de pelear. Leo con Leo parece que nos se entienden.
Bueno, lo curioso del caso es que el sujeto XX, cuyo nombre no menciono, siempre pide que se le ayude económicamente, que trabajemos por él en el Mundo de las Causas y Efectos, pero no le he visto jamás hacer nada a favor de sus semejantes. Pide, pero no da. Pide y pide y pide, pero jamás da, ni da, ni da. Y pide, ¿con qué derecho pide, si no da? Es como querer uno que le perdonen sus deudas y no es capaz de perdonar a sus semejantes.
Todos dicen, en la oración del “Padre Nuestro”: “perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”... Pero si uno no perdona a sus deudores, a sus enemigos, ¿con qué derecho pide al Padre que lo perdone? ¿Qué derecho le asiste, para pedir perdón, cuando no es capaz de dar perdón? ¿Con qué derecho pide piedad, cuando no es capaz de entregar piedad? ¿Con qué derecho pide caridad, si no es capaz de darla? Así son todos: piden, pero no dan, y eso es gravísimo.
El misionero gnóstico debe dar. ¿Qué va a dar? Sabiduría y Amor a sus semejantes. Eso va a dar: va asistir, va a auxiliar, pero con Amor. Mediante las cadenas mágicas, se puede ayudar a nuestros semejantes. Las cadenas son maravillosas: ya para irradiar Amor, ya para curar enfermos.
Con las cadenas se puede invocar a los Maestros de la Ciencia, para que ellos asistan a los enfermos. Con las cadenas se puede invocar, por ejemplo, a Rafael, que es un gran sanador universal, el mismo que sanara al patriarca Job, el mismo que curara a Tobías. Eso es él: un gran sanador mundial o universal, un gran médico... Con las cadenas se pueden invocar también a médicos como Hipócrates, a Galeno, a Felipe Teofastro Bombastro de Homheneim, Aureola Paracelso, etc.
Con las cadenas se pueden invocar a las Potencias de la Luz, para que nos asistan en un momento dado: conjurar a las Potencias de las Tinieblas para que nos dejen en paz, etc. Las cadenas mágicas son formidables: con la izquierda se recibe, con la derecha se da. La cadena forma circuitos de fuerzas magnéticas extraordinarias. Con las cadenas se pueden hacer grandes obras.
Antes del cataclismo final, los dolores se aumentarán espantosamente, multiplicándose hasta el infinito; los terremotos azotarán al mundo, los ciclones y huracanes arrasarán países enteros, las enfermedades se multiplicarán y no habrá remedio: la tercera guerra mundial, atómica, destruirá las grandes ciudades y llegará el momento en por doquiera no habrá sino lamentos, muertes y enfermedades Los soldados del Movimiento Gnóstico deben trabajar intensamente, deben convertirse en Misioneros y llevar la palabra a todas partes; deben incendiar al mundo, deben abrir Lumisiales, salas de meditación, primeras cámaras por doquiera y llevar la enseñanza hasta los rincones más profundos
Se necesita acción intensiva, no bastan las nobles intenciones; se necesita actuar y eso, precisamente eso, es lo que deben hacer los gnósticos revolucionarios. Debemos avanzar con firmeza, resueltos y vigorosos; necesitamos atender a millones de personas, cueste lo que cueste; hay que organizar grupos gnósticos por todas partes: en las ciudades, en los pueblos, en el mundo de la Educación Pública, en el mundo de las inquietudes espirituales.
Cuando uno de verdad ama a su semejante, cuando ciertamente quiere Auto-Realizarse Íntimamente, cueste lo que cueste, no le importan ni los sacrificios ni los esfuerzos: con mucho gusto está dispuesto a ofrecer su vida misma en el Ara del supremo amor por la Humanidad. Pensad en lo que son tantos millones de condenados a muerte, al hambre, a la desolación, a la miseria, al incendio, a las enfermedades. ¡Tened piedad por tantas gentes!
Se necesita realmente multiplicar esfuerzos, necesitamos más Misioneros Gnósticos Internacionales, Nacionales, Estatales, etc. Hay necesidad de mayor actividad, de mayor amor por la Humanidad. Hay que empuñar la ANTORCHA DE LA VERDAD para incendiar al mundo, cueste lo que cueste. ¡Piedad por los que sufren, piedad por tantas gentes que no han visto jamás un rayo de Luz! ¡Nunca antes se había visto un momento tan horroroso como el presente! Venerable Maestro: quisiera preguntarle en que consiste el tercer factor de la revolución de la conciencia, porque existe entre los estudiantes el concepto de que sólo entregando las enseñanzas, se sacrifica uno por la humanidad.
* Es obvio que quienes levantan la antorcha del Verbo para iluminar con ella a todos aquéllos que viven en la ignorancia, indubitablemente siguen el camino del más grandioso sacrificio: imitan al Cristo, que dio su vida por la Humanidad; imitan a los Apóstoles, que predicaron en todos los rincones de la Tierra; imitan, pues, a los grandes mártires; gentes así es obvio que avanzan en el camino de la "Senda del Filo de la Navaja".
Así, pues, el sacrificio es grandioso. Obviamente, hay personas que no tienen capacidades para ser Misioneros Gnósticos Internacionales, pero que sirven al mundo de distintos modos, ya curando enfermos, haciendo obras de caridad con su profesión, con su oficio, etc. Cada cual sirve, pues, de acuerdo a sus posibilidades, pero aquéllos que sirven como Misioneros Internacionales, obviamente marchan por un camino de grandes Auto-Realizaciones.
Con el sacrificio en favor de la Humanidad se cancelan las viejas deudas y al fin queda uno completamente libre de Karma... ¡Qué grandioso, qué sublime! Así que, es aconsejable el sacrificio para los que quieran de verdad quedar libres de Karma, porque teniendo uno con qué pagar, paga y sale bien en los negocios, y si no tiene con qué pagar, debe pagar con mucho dolor. Más vale tener Capital Cósmico para pagar y ese Capital Cósmico se gana mediante el sacrificio en favor de la Humanidad, llevando la enseñanza a todos los pueblos de la Tierra.
Ver la primera parte de esta conferencia
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