Traición

BrutoUno a uno con otro, de tantos, entre muchos sobresalen entre las tres inmundas bocas de ese vil gusano que atraviesa el corazón del mundo, Judas, Bruto y Casio.

Tornar a las fechorías de Roma y topar con Bruto, señalado con un cuchillo de la mano de Dios, remitirse a esos originales, saborear el caramelo venenoso, ciertamente no es nada agradable, mas es urgente sacar del pozo de los siglos ciertos recuerdos dolorosos.

Traspasado de angustia, sin vanagloria alguna, en estado de alerta novedad, conservo con alegría el viviente recuerdo de aquella mi reencarnación romana conocida con el nombre de Julio César.

Entonces hube de sacrificarme por la humanidad, estableciendo el escenario para la Cuarta Sub-Raza de esta nuestra Quinta Raza Raíz.

¡Válgame Dios y Santa María! Si algún error muy grave cometí en aquella antigua edad, fue haberme afiliado a la Orden de la Jarretera, empero, es obvio que quisieron los dioses perdonarme... Encumbrarse hasta las nubes sobre sus amistades no es en verdad nada fácil y sin embargo es evidente que lo logré sorprendiendo a la aristocracia romana.

Al relatar esto no me siento engreído pues bien sé que sólo al Yo le gusta subir, trepar al tope de la escalera, hacerse sentir, etc. Cumplo con el deber de narrar y eso es todo. Cuando salí de las Galias rogué a mi bella esposa Calpurnia que al regreso enviase a mi encuentro a nuestros dos hijos.

Bruto se moría de envidia recordando mi entrada triunfal en la ciudad eterna; empero parecía olvidar adrede mis espantosos sufrimientos en los campos de batalla. El derecho de gobernar aquel imperio ciertamente no me fue dado regalado; bien saben los divinos y los humanos lo mucho que sufrí.

Bien hubiera podido salvarme de la pérfida conjura, si hubiese sabido escuchar al viejo astrólogo que visitaba mi mansión. Desafortunadamente el demonio de los celos torturaba mi corazón; aquel anciano era muy amigo de Calpurnia y esto no me gustaba mucho...

En la mañana de aquel día trágico, al levantarme del lecho nupcial con la cabeza coronada de laureles, Calpurnia me contó su sueño; había visto en visión de noche una estrella cayendo de los cielos a la Tierra y me advirtió rogándome que no fuera al Senado... Inútiles fueron las súplicas de mi esposa.

Hoy iré al Senado, respondí en forma imperativa... Acuérdese que hoy una familia amiga nos tiene invitados a una comida en las afueras de Roma; usted aceptó la invitación, replicó Calpurnia... No puedo asistir a esa comida, objeté. ¿Vais entonces a dejar a esa familia aguardando? Tengo que ir al Senado.

Horas más tarde en compañía de un auriga marchaba en un carro de guerra rumbo al Capitolio del águila romana... Bien pronto llegué allí entre los vítores tremendos de las enardecidas multitudes... ¡Salve César! me gritaban. Algunos notables de la ciudad me rodearon en el atrio del Capitolio; respondí preguntas, aclaré algunos puntos, etc.

De pronto, en forma inusitada, aparece ante mí el anciano astrólogo, aquel que antes me había advertido sobre los tistilos de Marzo y los terribles peligros; me entrega con sigilo un pedazo de pergamino en el cual están anotados los nombres de los conjurados...

El pobre viejo quiso salvarme, mas todo fue inútil, no le hice caso; además me encontraba muy ocupado atendiendo a tantos ilustres romanos... Después, sintiéndome invencible e invulnerable, con esa actitud cesárea que me caracterizaba, avancé rumbo al Senado por entre las columnas olímpicas del Capitolio. Mas, ¡¡hay de mí! los conjurados tras esas heroicas columnas me acechaban; el acerado filo del puñal asesino desgarró mis espaldas...

Acostumbrado a tantas batallas, instintivamente traté de empuñar mi espada, mas siento que me desmayo; veo a Bruto y exclamo: ¿tú también, hijo mío? Luego... la terrible Parca se lleva mi Alma... Pobre Bruto... el Yo de la envidia le había devorado las entrañas y el resultado no podía ser otro...

Dos reencarnaciones más tuve en la Roma augusta de los césares y luego muy variadas existencias con magnífico Dharma, en Europa durante la Edad Media y el Renacimiento. En tiempos del terrible inquisidor Tomás de Torquemada yo me reencarné en España y éste es otro relato muy interesante...

Hablar sobre el citado inquisidor y el Santo Oficio, ciertamente no resulta muy agradable, empero eso es ahora conveniente... Yo fui entonces un marqués muy célebre, quien por desgracia hubo de ponerse en contacto con aquel execrable inquisidor tan perverso como aquel otro llamado Juan de Arbuses. En aquel tiempo yo reencontré al traidor Bruto reincorporado en un nuevo organismo humano.

¡Qué conde tan incisivo, mordaz e irónico!... Buena burla hacía de mi persona... ¡Qué insultos... Qué sarcasmos! De ninguna manera quería yo enfrascarme en nuevas disputas, no tenía ganas de enfadarme... La zafiedad, la grosería, la incultura de aquel noble, me desagradaban espantosamente, más no quería zaherirle, me pareció bueno evitar nuevos duelos y por ello busqué al inquisidor...

Cualquier día de esos tantos, muy de mañana, me dirigí al palacio de la inquisición; debía buscar solución inteligente a mi consabido problema... ¡Oh! señor marqués, ¡qué milagro verle a usted por aquí! ¿En qué puedo servirle? Así contestó a mi saludo el monje que estaba siempre a la puerta en el palacio donde funcionaba el Santo Oficio...

Muchas gracias su Reverencia, dije, vengo a pedirle una audiencia con el señor inquisidor. Hoy es día de muchas visitas, señor marqués, pero en tratándose de usted, voy inmediatamente a gestionar su audiencia.” Dichas tales palabras desapareció aquel fraile para reaparecer ante mí instantes después...

Atravesé un patio y penetré en un salón el cual estaba en completa oscuridad; pasé a otra sala y la hallé también en tinieblas; penetré por último en la tercera pieza y sobre la mesa resplandecía una lámpara... Allí encontré al temible inquisidor Torquemada...

El cenobita aquél parecía ciertamente un santo... ¡Qué mirada!... ¡Qué actitudes tan beatíficas! ¡Qué poses pietistas!... sobre su pecho resplandecía un crucifijo. ¡Cuánta santurronería Dios mío! ¡Qué mojigatería tan horripilante!... Es ostensible que el Yo Fariseo estaba bien fuerte en ese monje azul... Después de muchos saludos y reverencias de acuerdo con las costumbres de aquella época, me senté ente la mesa junto al fraile...

¿En qué puedo servirle señor marqués? Hable usted. Muchas gracias su señoría. Sucede que el conde, fulano de tal, me ha hecho la vida imposible, insultándome por envidia, ironizándome, calumniándome, etc. ¡Oh! no se preocupe usted por eso, señor marqués, ya contra ese conde tenemos aquí muchas quejas...

Inmediatamente daré órdenes para que le capturen. Lo encerraremos en la torre de martirio; le arrancaremos las uñas de las manos y de los pies y le echaremos en los dedos plomo derretido para torturarle; después quemaremos sus plantas con carbones encendidos y por último le quemaremos vivo en la hoguera.

¡Pero por Dios! ¿Se habrá vuelto loco este monje? Jamás pensé ir tan lejos, sólo buscaba en la casa inquisitorial una amonestación cristiana para ese conde, en la cual se habían reincorporado aquellos valores que otrora estuvieran metidos en la personalidad de Bruto... Aquel monje azul sentado ante la mesa sacra con ese rostro de penitente y anacoreta en actitud pietista y el Cristo colgado al cuello...

Aquella singular figura beatífica tan devota y cruel, tan dulce y bárbara, tan santurrona y perversa... Aquel malvado vestido con piel de oveja, despertó en el interior de mi Conciencia un no se que, sentí que aquello que tengo de Bodhisattva se sublevaba, protestaba, gemía. Una tempestad íntima había estallado en mí mismo, el rayo, el trueno, no demoró en aparecer y entonces...

¡Oh Dios! sucedió lo que tenía que suceder... Es usted un perverso, le dije, yo no he venido a pedirle que queme vivo a nadie, sólo he venido a solicitarle una amonestación para ese noble, usted es un asesino, por eso es que no pertenezco a su secta, etc., etc., etc.

¡Ah! ¿Conque esas tenemos, señor marqués?... Enfurecido el prelado hizo resonar con vehemencia una sonora campanilla y entonces como por encanto aparecieron en el recinto unos cuantos caballeros armados hasta los dientes... “Prended a éste”, exclamó el abate. “¡Un momento! respetad las reglas de la caballería, recordad que estamos entre caballeros, no tengo espada, dadme una y me batiré con cada uno de vosotros”...

Uno de esos varones fiel al código de la caballería me hizo entrega de una espada y luego... Salté sobre él como un león, no en vano tenía yo fama de ser un gran espadachín... esos eran mis tiempos de Bodhisattva caído.

Cual vuelan en el aire los copos de nieve congelada al soplo del etéreo Boreas, esparcíanse dentro de aquel recinto inquisitorial los fuertes y resplandecientes cascos, los escudos convexos, las corazas duras y las lanzas de fresno. Y ascendía al Urano su esplendor, y ciertamente reía la tierra iluminada por el brillo del bronce y trepidando bajo las plantas de los guerreros y en medio de ellos estaba yo batiéndome en dura brega con ese otro caballero...

Cual se destroza la ligera nave cuando el agua del mar inflado por los vientos, que soplan con vehemencia desde las nubes, la acomete, cubriéndola por completo de espuma, en tanto el aire hace gemir la vela, asustando a los marineros con la muerte cercana, así el temor destrozaba en sus pechos el corazón de aquellos caballeros que contemplaban la batalla...

Obviamente yo estaba victorioso entre el estruendoso chocar de los aceros y solo faltaba usar mi mejor estocada para poner fuera de combate a aquel guerrero... Espantados los señores ante la proximidad inevitable de la terrible Parca soberana, se olvidaron de todas las reglas caballerescas y entonces en pandilla me atacaron...

Eso sí no lo aguardaba, fue grave para mí tener que defenderme de toda aquella caterva bien armada... Hube de pelear hasta quedar exhausto, extenuado, vencido, pues ellos eran muchos... Lo que sucedió después es bien fácil adivinarlo; fui quemado vivo en la hoguera en pleno patio del palacio de la Inquisición...

Amarrado a un poste despiadado sobre la leña verde que ardía con fuego lento, sentía dolores imposibles de describir con palabras; entonces vi como mis pobres carnes incineradas, se desprendían cayendo entre las llamas... Empero, el dolor humano por muy grave que éste sea, tiene también un límite bien definido, más allá del cual existe felicidad...

No es pues de extrañar que al fin experimentara cierta dicha; sentí sobre mí algo muy agradable, como si una lluvia refrescante y bienhechora estuviera cayendo desde el cielo... Se me ocurrió dar un paso. ¡Cuán suave lo sentí! Salí de aquel palacio caminando despacito... despacito... no pesaba nada, estaba ya desencarnado. Así fue como vine a morir durante aquella época espantosa de la “Santa Inquisición”.

El arcano catorce del Libro de Oro (el Tarot), nos enseña como el Agua de Vida pasa por un ánfora a otra... No es pues de extrañar que después de aquella borrascosa reencarnación, con tantos títulos de nobleza, que de nada me valieron ante el terrible inquisidor Tomás de Torquemada, volviese a tomar cuerpo físico...

Entonces me llamé Simeón Bleler y anduve por la Nueva España; no es mi propósito hablar en el presente capítulo sobre esa mi nueva vida, ni sobre mi anterior existencia en el México porfirista de antaño, sólo quiero referirme ahora a mi actual reencarnación.

El Némesis de la vida hubo de ponerme nuevamente en contacto con esos valores que otrora estuvieran reincorporados en la personalidad de Bruto... Yo le permití a cierto caballero, retorno de tales valores, hacer alguna labor en el templo... Muchas personas le escucharon y hasta parecía muy lleno de sinceridad; hablaba sobre Gnosis y las gentes le aplaudían...

Mas, de pronto algo inusitado sucede, un día cualquiera entra en el santuario con actitudes agresivas... ¡Suena! ¡Truena! ¡Relampaguea! Se convierte en un insultador; yo me limito entonces a perdonar y bendecir, luego se retira amenazando... Aquel Ego había vuelto a sus antiguas andanzas; otra vez sus consabidas calumnias y amenazas...

Tales propósitos e infundias difamantes tenían como trasfondos ciertos sueños sin ton ni son, en los cuales me veía por caminos muy oscuros, cometiendo infundados delitos. Resulta palmario y manifiesto que aquel espíritu perverso que él veía en sus sueños absurdos, era un Yo creado por él mismo desde la antigua Roma... Tal Yo de Bruto asumía bajo sus impulsos infra-conscientes mi propia forma y figura.

No está de más comentar que alguno de esos sus otros Yoes asumiendo cierta forma jesucristiana, le encomendara la misión de asesinarme; así lo manifestó en la plaza pública... Para librarme de tan ancestral enemigo fue necesario poner el caso en manos de Anubis, el jefe de los señores del Karma... Desde entonces Bruto se alejó de mí, hace mucho tiempo no le veo en este mundo físico.

De lo dicho sobre Bruto y sus visiones ensoñativas, se desprende que nadie en verdad puede convertirse en un investigador competente de la vida en los mundos superiores, en tanto no haya disuelto el Yo psicológico y todos los elementos subjetivos que condicionan las percepciones...

Ingrato a sus bienhechores, con mucho trabajo de caballero, sin embargo Bruto aceptó la Gnosis y el Sahaja Maithuna... Sin inhibirse en el conocimiento de una causa, mas dándole la espalda al Gurú (Maestro), trabajó en la fragua encendida de Vulcano, inútilmente, porque Devi Kundalini no premia jamás la traición...

Aunque se trabaje muy seriamente con la sexo-yoga, la Serpiente Ígnea de nuestros mágicos poderes jamás subiría por la espina dorsal de los traidores, asesinos, adúlteros, violadores y perversos... Devi Kundalini nunca se convertiría en cómplice del delito; el Fuego Sagrado asciende de acuerdo con los méritos del corazón... Magia Sexual es fundamental, pero sin santidad no son posibles los logros espirituales...

Bruto pensó en un Kundalini mecánico y se equivocó lamentablemente; la Divina Madre es muy exigente... “Para el indigno todas las puertas están cerradas, menos una, la del arrepentimiento”, desafortunadamente Bruto no quiso golpear en esa puerta y el fuego sagrado en vez de subir por su canal medular, se precipitó desde el coxis convirtiéndose en el abominable órgano KUNDARTIGUADOR, la cola de Satán...

Una noche estrellada platicando en los mundos superiores con mi gran amigo, el resplandeciente Ángel Adonai, quien ahora tiene cuerpo físico, hube de recibir una noticia extraordinaria... “Fulano de tal (Bruto), dijo el Ángel, ha despertado en el mal y para el mal”.

Esto lo comprobé algunos días después al encontrarle en los mundos superiores... Concluiremos el presente capítulo con aquellas palabras que escuchara en éxtasis Daniel, el Profeta del Eterno, y que se refieren a los tiempos del fin...

“Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para Vida Eterna y otros para vergüenza y confusión perpetua”. “Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad”. “Pero tú, Daniel, cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin. Muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia se aumentará”.

Samael Aun Weor. "El Misterio del Aureo Florecer" Capitulo 21º  Traición

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