El camarada vestido de blanco
El Maestro Adorable, Jesús el Cristo, ha estado muy activo: ha trabajado intensamente, ayudando a la pobre humanidad doliente.
El es el Jefe del Movimiento Gnóstico.
Aunque parezca increíble, el Adorable Salvador del Mundo estuvo trabajando como enfermero, en los campos de batalla, durante la primera y segunda guerra mundial.
Vamos a transcribir el conmovedor relato de Don Mario Roso De Luna, el insigne escritor teosófico. Este relato lo encontramos en “El libro que mata a la Muerte”, o “Libro de los Jinas”, obra formidable de Don Mario. Veamos:
Extrañas narraciones llegaban a nosotros en las trincheras. A lo largo de la línea de trescientas millas que hay desde Suiza hasta el mar, corrían ciertos rumores cuyo origen y veracidad ignorábamos nosotros.
Iban y venían con rapidez, y recuerdo el momento en que mi compañero Jorge Casay, dirigiéndome una mirada extraña con sus ojos azules, me preguntó si yo había visto al amigo de los heridos, y entonces me refirió lo que sabía respecto al particular.
Me dijo que, después de muchos violentos combates, se había visto a un hombre vestido de blanco, inclinándose sobre los heridos. Las balas lo cercaban, las granadas caían a su alrededor, pero nada tenía poder para tocarle.
Él estaba mirando hacía el arroyo y sus manos estaban juntas, como si orase, y entonces vi que él también estaba herido. Creí ver como una herida desgarrada en su mano, y conforme oraba, se formó una gota de sangre que cayó en la tierra. Lancé un grito sin poderlo remediar, porque aquella herida me parecía más horrorosa que las que yo había visto en esta amarga guerra.
Estáis herido también, dije con timidez. Quizá me oyó, quizá lo adivinó en mi semblante, pero contestó gentilmente: Esa es una antigua herida, pero me ha molestado hace poco. Y entonces noté con pena que la misma cruel marca aparecía en su pie.
Os causará admiración el que yo no hubiese caído antes en la cuenta; yo mismo me admiré.
Pero tan sólo cuando yo vi su pie, le conocí: ¡El Cristo Vivo!
Yo se lo había oído decir al capellán, unas semanas antes, pero ahora comprendí que Él había venido hacia mí hacia mí, que le había distanciado de mi vida en la ardiente fiebre de mi juventud.
Yo ansiaba hablarle y darle las gracias, pero me faltaban las palabras. Y entonces Él se levantó y me dijo: Quédate aquí hoy, junto al agua; yo vendré por ti mañana; tengo alguna labor para que hagas por mí. En un momento se marchó, y mientras lo espero, escribo esto para no perder la memoria de ello.
Me siento débil y solo, y mi dolor aumenta, pero tengo su promesa. Yo sé que ha de venir mañana por mí.
Hasta aquí el relato de un soldado, trascrito por Don Mario Rosso de Luna en “El libro que mata a la Muerte”.
Este hecho concreto está demostrando, hasta la saciedad, que Jesús vive todavía con el mismo cuerpo físico que usó en la Tierra Santa.
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