La palabra WU
Tieh Shan escribe: Conocí el Budismo desde que tenía trece años. A los dieciocho ingresé al sacerdocio. Después, un día leí una tesis traída por un monje de Hsueh Yen, llamada Meditaciones Avanzadas. Esto me hizo comprender que yo todavía no había llegado a este punto.
Entonces fui a ver a Hsueh Yen y seguí sus instrucciones sobre el modo de meditar sobre la palabra Wu. En la cuarta noche, el sudor surgió de todo mi cuerpo, y me sentí cómodo y liviano. Permanecí en la Sala de Meditación, concentrado, sin dirigir a nadie la palabra.
Después vi a Miao Kao Feng, quien me dijo que continuará meditando sobre la palabra Wu sin cesar, día y noche. Cuando me levanté, antes del alba, el Hua Tou (el significado de la palabra, la esencia de la sentencia) inmediatamente se presentó ante mí.
En cuanto tuve un poco de sueño dejé el asiento y descendí. El Hua Tou (es decir la palabra Wu) me acompañó mientras caminaba, me preparaba la cama o la comida, cuando tomaba la cuchara o cuando dejaba de lado los palillos. Estaba conmigo todo el tiempo, en todas mis actividades, día y noche.
Si uno logra fundir su mente en un todo continuo y homogéneo, la iluminación está asegurada. Como resultado de este consejo, me convencí completamente de que había alcanzado este estado. El veinte de marzo el Maestro Yen se dirigió a la congregación. Sentaos erguidos, refrescad vuestras mentes como si estuvierais al borde de un precipicio de diez mil pies y concentraros en vuestro Hua Tou (La palabra mágica Wu).
Si trabajáis de este modo durante siete días (sin descansar ni un solo segundo), sin duda llegaréis a la realización. Yo realicé un esfuerzo semejante hace cuarenta años.
Empecé a mejorar en cuanto seguí estas instrucciones. Al tercer día sentí que mi cuerpo flotaba en el aire; al cuarto día me volví completamente inconsciente de todo lo que sucedía en este mundo. Aquella noche permanecí un rato apoyado contra una baranda. Mi mente estaba tan serena como si no estuviera consciente. Mantenía constantemente ante mí el Hua Tou (la palabra Wu) y después volvía a mi asiento.
En el momento en que iba a sentarme, súbitamente tuve la sensación de que todo mi cuerpo, desde la coronilla hasta la punta de los pies, estaba dividido. Tuve la sensación de que me rompían el cráneo o de que me levantaban hasta los cielos desde un pozo de una profundidad de diez mil pies.
Entonces conté al Maestro Yen este éxtasis indescriptible y la alegría desprendida que acababa de experimentar. Pero el Maestro Yen dijo: No, no es esto. Debes seguir trabajando tu meditación. A mi pedido, citó entonces unas palabras del Dharma, cuyos últimos versos eran:
Para propagar y glorificar las nobles hazañas de los Buddhas y los Patriarcas te hace falta recibir un buen martillazo en la nuc. Yo me preguntaba: ¿Por qué necesito un martillazo en la nuca? Evidentemente, todavía había en mi mente una ligera duda, algo de lo cual no estaba seguro.
Así seguí meditando un largo rato todos los días, durante medio año. Después, en una ocasión en que me preparaba un cocimiento de hierbas para un dolor de cabeza, recordé un KOAN (frase enigmática) en el cual Nariz Roja hacía una pregunta a Naja: Si devuelves tus huesos a tu padre y tu carne a tu madre ¿dónde, entonces, estarás tú?.
Recordé entonces que, cuando el monje que me recibió me hizo por primera vez esta pregunta, yo no supe contestarle, pero ahora, súbitamente, mi duda había desaparecido. Después, fui a ver a Meng Sham. El Maestro Meng Sham me preguntó: ¿Cuándo y dónde podemos considerar que ha terminado nuestro trabajo Zen?.
Nuevamente no supe contestar. El Maestro Meng Sham insistió en que debía trabajar con mayor ahínco en la meditación (Dhyana) y que debía dejar de lado los pensamientos humanos habituales. Cada vez que entraba a su habitación y daba una respuesta a su pregunta, él decía que no había entendido la cosa.
Un día medité desde la tarde hasta la mañana siguiente, usando el poder de Dhyana para mantenerme y avanzar, hasta que alcancé directamente el estadio de profunda sutileza. Dejando el Dhyana me dirigí a donde estaba el Maestro y le conté mi experiencia. Él preguntó ¿cuál es tu rostro original?.
Cuando iba a contestar, el Maestro me echó fuera y cerró la puerta. A partir de ese momento, logré cada día un mejoramiento sutil. Más tarde comprendí que toda la dificultad había surgido porque yo no había permanecido bastante tiempo con el Maestro Hsued Yen trabajando en los aspectos delicados y sutiles de la tarea.
¡Pero cuán afortunado fui al encontrar un Maestro Zen tan excelente! Sólo gracias a él pude llegar a este estadio. No había comprendido que si uno se ejercita de manera incesante e insistente, siempre habrá de lograr algo de vez en cuando y su ignorancia disminuirá a cada paso del camino.
El Maestro Meng Sham me dijo: esto es lo mismo que pulir una perla. Cuanto más la pules, más brillante, clara y pura se vuelve. Un pulimento de esta clase es superior a todo un trabajo de encarnación. Sin embargo, cuando quería contestar a la pregunta de mi Maestro, él me decía que me faltaba algo.
Un día en medio de la meditación la palabra faltar se presentó en mi mente y de repente sentí que mi cuerpo y mi mente se abrían de par en par desde la médula de mis huesos, en forma completa. El sentimiento fue como si una antigua montaña de arena se disolviera de repente bajo el sol ardiente, surgido después de muchos días oscuros y cubiertos.
No pude evitarlo y me eché a reír a carcajadas. Salté de mi asiento, agarré el brazo del Maestro Meng Sham y le dije: Dime: ¿Qué me hace falta? ¿Que me hace falta?. El Maestro me abofeteó tres veces y yo me prosterne tres veces ante él. Él dijo: Oh, Tieh Sham, has tardado muchos años en llegar a este punto.
Añadir un comentario