Atención e Inatención
Desafortunadamente hermanos, no es tan fácil estar atentos, surge inevitablemente eso que podríamos llamar inatención.
Hay dos estados el de atención y el de inatención, ¿comprendido?
Si queremos estar atentos, surge lo opuesto, la inatención. ¿Y qué es lo que causa la inatención? Obviamente, los yoes que cargamos dentro, ¿verdad? Recuerdos, deseos, emociones, pasiones, acontecimientos del día, del mes, del año o de los años, memoria, rencores, resentimientos, etc.; eso es obvio.
¿Qué hacer entonces con toda esa multiplicidad del yo, que hacer con esa inatención? Observarla, mis caros hermanos, observarla.
Cuando uno, serenamente, observa todas las fases de la intención, cuando de verdad la mira en forma detallada y sin tomar partido por esto o por aquello, en esa misma observación de lo que es inatento, surge la real atención. Cuando esta surge, la mente queda quieta y en silencio.
Quiero que ustedes sepan que cuando la mente está quieta, que cuando la mente está en silencio, adviene lo nuevo. Eso es claro, en esos instantes la esencia se desembotella para experimentar en el mundo de lo Real. En esa o en esos, mejor dijera, estados de lucidez plena, venimos a experimentar cierto elemento que transforma radicalmente, que nos da algo, que nos refuerza para la batalla, para la lucha, ¿entendido?
Hay un dicho antiguo que dice nosce te ipsum..., «hombre conócete a ti mismo y conocerás al universo y a los dioses». Cuando uno está observando lo que hay de inatento, surge naturalmente diversas cosas: cualquier pensamiento debe ser debidamente comprendido y olvidado, cualquier deseo, cualquier sentimiento; todo lo que vaya apareciendo después de ser comprendido a fondo, debe olvidarse.
Es claro que la procesión esa de deseos, pensamientos, emociones, etc., tiene un comienzo y tiene un fin. Realmente tal procesión está constituida por todos los yoes: yoes de la ira, yoes de la envidia, yoes del odio, yoes de la lujuria, yoes del resentimiento, yoes de tales o cuales escenas del pasado, etc., etc., etc.
Verlo todo eso, comprender cada uno de esos detalles, se está conociendo uno a sí mismo, ¿verdad? Solo conociéndose a si mismo puede conocer al Universo y a los Dioses, de acuerdo con la máxima de Tales de Mileto, allá en la antigua Grecia, cuando todavía existían los Misterios de Eleusis en el mundo físico.
No es posible llegar uno a la experiencia de lo Real sin haberse conocido a si mismo, profundamente. Y eso es lo que se hace cuando uno está en meditación: se está conociendo a fondo, íntegramente, tal cual. Resultado: viene la experiencia de lo Real. Porque conociéndose a si mismo, se conoce todo lo que existe en el Infinito, eso es obvio.
Distíngase entre lo que es una mente que está quieta a la fuerza, violentamente, es decir, que está aquietada a la brava, como dijéramos, y lo que es una mente que realmente está quieta en forma espontánea y pura. Distíngase entre una mente que está silenciada violentamente y una mente que está en silencio.
Cuando la mente está aquietada violentamente, no está quieta: lucha por moverse en sus fondos más profundos, no está en silencio, grita en sus fondos. Total, este camino así, resulta estéril. La quietud y el silencio deben surgir en forma espontánea y pura. Surgen cuando la procesión esa de recuerdos, pasiones, deseos, defectos, etc., concluyen.
En esos instantes es cuando la Consciencia logra desenfrascarse, para vivenciar lo que es Real; Eso que no es del tiempo, eso que es la Verdad.
Así que mis caros hermanos, conociendo esta técnica, todos reunidos en pleno Santuario, debemos meditar. No quiero decirles a ustedes que la labor resulte fácil, es obvio que este trabajo es difícil, empero, no es imposible, y conduce ostensiblemente a la iluminación mística.
Quien se conoce a sí mismo, no lo olviden conoce al Universo y a los Dioses. Uno tiene que libertarse, mis caros hermanos, de la mente y eso solamente es posible a través de la meditación de fondo. La Conciencia, desgraciadamente, está presa entre la cárcel de la mente. Obviamente, mientras la Consciencia esté encerrada, la experiencia de lo Real resulta imposible. Necesitamos luchar por nuestra libertad, caros hermanos.
Recuerden que cada uno de nosotros está preso, y lo grave es que no os dais cuenta de que estáis presos. Creéis que sois libres y no lo sois porque estáis presos. La cárcel de la mente es horrible. Allí, dentro de esa cárcel está encerrada la Consciencia, el Alma, dijéramos, lo anímico, lo que verdaderamente vale la pena en nosotros. Es una situación difícil y no os dais cuenta de que estáis en una situación difícil.
Ved cuantas gentes se dedican a fortificar los barrotes de esa prisión. Ponen anuncios en los periódicos: que la escuela «tal» le confiere a uno poderes extraordinarios en la mente, que le desarrolla a uno la fuerza mental, que tiene técnicas extraordinarias para dominar por medio de la mente a todo el mundo, etc., etc., etc. Es decir, que tales «presos» hacen propaganda para que los demás sigan presos, ¡qué horror! Desgraciadamente, así es.
Vosotros todos, mis caros hermanos, debéis comprender en forma integra, la necesidad de libertaros de la mente para experimentar en el terreno de lo Real, y eso, repito, solamente es posible cuando la mente está quieta, cuando la mente está en silencio.
No dejo de aclarar, y en esto no quiero ahorrar esfuerzos de ninguna especie, que el problema de cada uno de ustedes, sentado aquí en la sala de la meditación, consiste precisamente en la inatención.
Todos queréis estar atentos, desgraciadamente no lo lográis, surge la inatención, os distrae cualquier cosa: desde el canto de un grillo hasta una bala de cañón, el automóvil que pasa por la calle o el último recuerdo de hace un ratito, no más; posiblemente cuando estuvisteis conversando con la comadre, con vuestro compadre, o tal vez con alguna novia, etc., etc., etc. Por lo común el trajín del día deja tantas huellas en el fondo de la mente, que cuando llega la hora de estar atentos, no se logra. Entonces es cuando, verdaderamente, debemos comprender esas pequeñeces...
Poner observación en la inatención, es decir, observar cuidadosamente lo que hay de inatento en nosotros. Cuando uno observa, repito, aunque me haga cansón con tanto repetir, todos los detalles de la inatención, es obvio que por tal motivo ya hay atención. Pues la atención plena, mis caros hermanos, nos da precisamente la lucidez del Espíritu. La atención plena nos lleva a una quietud natural, espontánea de la mente.
La atención plena nos lleva a un silencio bellísimo, muy profundo de la mente. Lo curioso es que cuando uno está verdaderamente atento, cuando realmente está en silencio, ni siquiera se da cuenta que está en meditación. Aquella quietud y silencio es tan natural, son tan naturales, que se olvida uno de que está practicando meditación. ¡Benditos míos!, porque cuando eso sucede viene la iluminación, el Shamâdi.
Vean hermanos lo que sucede cuando uno está arrobado, contemplando un cuadro de la naturaleza, o una película que le interesa, o a la mujer amada, o a un amanecer o anochecer. Si realmente está uno arrobado, en esos instantes hay atención plena. Instantes esos son los que necesitamos para llegar, realmente, a la iluminación.
Hay que crear en la meditación el clima favorable para una atención así tan plena; y se crea ese ambiente favorable, cuando se observa a fondo lo inatento, entonces viene de hecho la atención natural y eso es lo indispensable para llegar a la verdadera iluminación interior, mística, profunda. Yo quiero mis caros hermanos que comprendáis todo esto vosotros, pero que lo comprendáis a fondo.
Necesitamos todos, todos, todos, libertarnos de las trabas de la mente, del batallar horroroso de los conceptos opuestos. Necesitamos zafarnos de todo ese maremagno de opiniones, teorías, autores, etc., etc., etc...
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