Objeciones de la Mente
Todo el mundo tiene derecho a emitir sus opiniones, cada cual es libre de decir lo que quiera. Nosotros debemos, sencillamente, escuchar al que está hablando, con respeto. ¿Terminó de hablar? Nos retiramos...
Claro, algunos no proceden así, o no procederán en esa forma, por orgullo dirán «Yo no me retiro, yo tengo que darle en la torre». He ahí el orgullo supino, intelectualoide si nosotros no eliminamos de si mismos el Yo del Orgullo, es obvio que tampoco lograremos jamás la liberación final. Lo mejor es que cada cual diga lo que tiene que decir y no le pongamos objeciones, porque cada cual es libre de decir lo que quiera, sencillamente.
Pero uno siempre vive poniendo objeciones: se las pone al interlocutor y se las pone a sí mismo también. Claro, esto no significa que no exista el agrado o el desagrado; es obvio que existe.
Supongamos que a cualquiera de nosotros se nos pone a limpiar una pocilga, donde viven los cerdos, creo que éste no sería, precisamente, un trabajo muy agradable. Tendríamos derecho a que nos pareciera agradable, pero una cosa es que no nos parezca agradable tal trabajo y otra cosa muy diferente es que nosotros pongamos objeciones, que empecemos a protestar:
«¡Qué porquería ésta, Dios mío; nunca creí que yo fuera a caer tan bajo! ¡Ay de mí, desgraciado de mí etc., etc., limpiando una pocilga de cerdos! ¡En lo que vine a parar!». Bueno, con eso lo único que uno consigue es fortificar completamente, pues los Yoes de la ira, del amor propio, del orgullo, etc.
También está el caso de una persona que, en principio, nos desagrada «¡Es que me cae tan gorda esa persona...!» Pero una cosa es que nos desagrade, en principio, y otra cosa es que nosotros estemos poniendo objeciones, que estemos protestando contra esa persona pero es que tal persona me cae mal, esta persona es un problema, y que estemos buscando subterfugios para apuñalearía, para eliminarla.
Con las objeciones. lo único que conseguimos es multiplicar la antipatía en nosotros, robustecer el «yo» del odio, robustecer el «Yo» del egoísmo, el «Yo» de la violencia, del orgullo. etc.
¿Cómo hacer, en este caso, en que una persona no nos es grata? Es que todos debemos conocernos a sí mismos, para ver por qué no nos es grata esa persona. Podría suceder que esa persona esté exhibiendo algunos de los defectos que nosotros poseemos. Uno tiene el «yo» del amor propio adentro, y si alguien exhibe alguno de esos defectos interiores, pues obviamente ese alguien nos cae mal.
De manera que, en vez de nosotros estar poniendo objeciones sobre esa persona protestando, riñendo, más bien debemos auto-exploramos, para conocer cuál es ese «elemento psíquico», «que cargamos interiormente y que origina esa antipatía. Pensamos que si nosotros descubrimos tal «elemento» y lo disolvemos, la antipatía cesa. Pero si nosotros, en vez de investigamos a sí mismos ponemos objeciones, protestamos, tronamos, relampagueamos contra ese alguien, robusteceremos el Ego, el Yo; eso es indubitable.
Dentro del mundo del intelecto, no hay duda que siempre estamos poniendo objeciones. Esto produce la división intelectual: se divide la mente, entre tesis y antítesis, se convierte en un campo de batalla que destroza el cerebro.
Observen ustedes cómo esas gentes que se dicen intelectuales, están llenas de extrañas manías, algunos dejan el pelo alborotado, se «rascan» espantosamente, etc., hacen cincuenta mil payasadas; claro, producto de una mente más o menos deteriorada, destruida por el batallar de las antítesis.
Si a todo concepto le ponemos nosotros una objeción, termina nuestra mente riñendo sola. Como consecuencia, vienen las enfermedades al cerebro, las anomalías psicológicas, los estados depresivos de la mente, el nerviosismo, que destruye órganos muy delicados, como los del hígado, corazón, páncreas, bazo, etc.
Pero si nosotros aprendemos a no estar haciendo objeciones sino que cada cual piense como le venga en gana, que cada cual diga lo que quiera, terminarán esas luchas dentro del intelecto y en su reemplazo vendrá una paz verdadera.
La mente de las pobres gentes está riñendo a todas horas: riñe entre sí, espantosamente, y eso nos conduce por un camino muy peligroso, camino de enfermedades al cerebro, de enfermedades a todos los órganos, destrucción de la mente muchas células son quemadas inútilmente.
Hay que vivir en santa paz, sin poner objeciones; que cada cual diga lo que quiera piense lo que le venga en gana. Nosotros no debemos poner objeciones, que así marcharemos como debe ser: conscientemente. Así que, hay que aprender a vivir.
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