El Décimo Trabajo de Hércules
En tratándose de los misterios arcaicos, no está demás decir que estos se celebraron siempre en augustos templos señoriales.
Cuando traspasé el umbral de aquel templo Mu, donde otrora fuese instruido en los Misterios de la Ascensión del Señor, con infinita humildad solicité del Hierofante algunos servicios que me fueron concedidos.
Sentimientos dolorosos desgarraron mi alma cuando me vi sometido a la tortura del desprendimiento.
Aquellas damas de augustos tiempos a mí ligadas por la ley del Karma, con el corazón destrozado me aguardaban en el averno. Todas esas beldades tentadoras, peligrosamente bellas, se sentían con pleno derecho sobre mí.
Para bien o para mal, aquellas féminas terriblemente deliciosas habían sido mis esposas en reencarnaciones anteriores, como consecuencia natural de la Gran Rebelión y la caída angélica.
Concluidos los esotéricos trabajos en los Infiernos del Planeta Plutón, hube entonces de levantar columnas. Aquel evento cósmico-humano fue precedido por la desencarnación de mi esposa sacerdotisa Litelantes.
Incuestionablemente, ella en sí misma era ciertamente el único nexo kármico que en este valle doloroso del samsara me quedara. Yo le vi alejarse de su descarnado vehículo lemúrico vestida ciertamente de riguroso luto. Entonces recibí por esposa a una gran Iniciada; quiero referirme en forma enfática a la otra mitad de la naranja, a mi Eva particular primigenia.
En plena mesa del festín me hallaba, acompañado dichoso por la nueva esposa y muchos Altos Sacerdotes. Litelantes entonces atravesó el umbral de la regia sala; vino desencarnada a presenciar la fiesta.
¡Así!... ¡Oh Dioses! fue como restablecí al Segundo Logos, el Cristo Cósmico en el Sanctuario de mi Alma.
Doctrina Gnóstica develada por Samael Aun Weor del libro "Las Tres Montañas" Capitulo 45 El Décimo Trabajo de Hércules
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